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'Yo no sé qué es lo que tiene Montecristo que es tan sabroso', dice Ángel Pérez en la terraza de su casa, sin camisa y sin zapatos, mientras observa a los niños jugar béisbol en la calle. De fondo se escuchan los diferentes ritmos tradicionales del Caribe que salen de los picós de los vecinos y se mezclan con la brisa. De la casa sale su mamá, Esther Guzmán, de 86 años y le responde. 'Yo sé qué es lo que tiene: tradición y esencia, que a pesar de los años nunca la hemos perdido'.

Después de 100 años de fundado, el 11 de noviembre de 1916, Montecristo sigue siendo un emblema de la idiosincrasia barranquillera. En cada rincón se escuchan golpes secos de fichas de dominó contra las mesas, el sonido de los dados caer en un tablero de parqués y las risas de los niños jugando al escondido.

En una casa de esquina azul, Teófilo Gutiérrez, el beisbolista, enseña a uno de sus pupilos cómo lanzar la pelota de béisbol de forma correcta. Una malla improvisada detiene los lanzamientos del muchacho que hace caso a cada indicación de su profesor. Gutiérrez le pide que descanse y expresa: 'De aquí salió un tal Edgar Rentería, dos veces campeón de las Grandes Ligas'. Agrega que a pesar de que el béisbol en la ciudad 'está muerto', Montecristo seguirá dando grandes jugadores que traerán más alegrías a Barranquilla.

Más adelante, en una casa decorada con elementos carnestoléndicos ‘Las Marimondas Quilleras’ y el ‘Baciloncito de Montecristo’ ensayan su rutina para el Carnaval 2017. La fiesta está cerca y el barrio lo sabe, por eso es que niños, adultos y ancianos se preparan con dedicación. La fiesta se lleva en la sangre. Aparecer en la celebración todos los años lo llevan en las venas. Los abuelos ponen el ejemplo a sus hijos y estos a sus hijos. Aquí el Carnaval es descendencia.

Sentado en una mecedora en la terraza de su casa está José Quintana, pitcher de los Medias Blancas de Chicago. Rodeado de su familia disfruta de las vacaciones antes de entrar a la pretemporada. Aunque no nació en el barrio, recuerda que llegó a este a los 17 años para cumplir su sueño de ser beisbolista. 'Cualquiera que escucha el nombre de Montecristo lo relaciona con béisbol y agradezco todo lo que me dio'.

Tal vez son sus calles estrechas, sus casas pegadas o los parlantes que nunca se callan, pero entrar a Montecristo es adentrarse a la tradición y un pedazo de historia de la ciudad. No se ven edificios ni construcciones nuevas. Todos se conocen y se ayudan. 'Montecristo es sabroso porque aquí están los que son y nadie se va a mudar', concluye Pérez.