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Justiniano Manjarrez se empina para aumentar un poco su metro 70 de estatura. Con ambas manos, hace presión hacia abajo sobre un exprimidor mecánico de naranjas, y saca el néctar necesario para completar un vaso de jugo. 'Son mil pesitos', le dice a un cliente.

Este hombre, de 75 años, es uno de los tantos colombianos que han tenido que huir de la violencia para llegar a grandes urbes en busca de una nueva oportunidad. Él la encontró en una esquina de la calle 31 con carrera 38, en el Centro de Barranquilla. Al cruzar la calle, desde su puesto estacionario de ventas, está la nueva Plaza San Roque, junto a la iglesia que lleva este mismo nombre, la segunda más antigua en la ciudad después del templo de San Nicolás.

Manjarrez alza la mirada, con la mano izquierda levanta un poco la visera de su gorra. Con la derecha señala una lámpara que está diagonal a su puesto, en una esquina de la Plaza. Rememora que justo en ese punto trabajó durante casi 20 años, hasta mayo de 2014, cuando comenzaron las demoliciones de 17 edificaciones de comercialización de muebles, a un costado de la iglesia. En ese momento, el Distrito dio inicio a una obra que permitió la habilitación de 5.800 metros cuadrados nuevos de espacio público para la ciudad, con una inversión cercana a los $4.500 millones. La obra finalizó en diciembre pasado.

'Esto antes era muy peligroso. Había mucho bandido por aquí, aunque ya ha cambiado bastante. Ahora se ve más amplitud y más gente por ahí', asegura Justiniano, y enseguida recuerda que hace algunos años 'tenía que estar con un palo en la mano, porque el ratero estaba encima, atracando a los clientes'. Se ríe al acordarse de esos momentos, pero advierte que, 'por prevención', aún lo tiene guardado, 'en caso de que aparezca otro amigo de lo ajeno'.

Este vendedor, quien es oriundo de El Copey, en Cesar, narra que hace 27 años el conflicto armado lo hizo huir de su población, dejar su casa, para proteger a su esposa y cinco hijos. Desde entonces vive en el popular barrio Rebolo. 'Este puesto de jugos me ha dado para mantener a toda mi familia. Ahora me está dejando entre $30.000 y $40.000, desde las 6:00 de la mañana hasta las 2:00 de la tarde', comenta Justiniano, aunque espera que se cumpla la promesa que le hizo la Alcaldía de reubicarlo en uno de los 30 locales dispuestos para vendedores de refresco y de guarapo en la Plaza de San Roque.

Al frente del negocio de Manjarrez, un poco más cerca de la Plaza, está el de otro viejo conocido en el sector: Guillermo Corrales, un vendedor los tradicional ‘patillazo’ (jugo de patilla) y tuti fruti. Él asegura que, tras la obra, en el sector se ve 'más vida, más ambiente'. 'Ahora se vende un poquito más. Yo antes vendía $80.000 o $100.000, desde las 7:00 de la mañana, hasta las 5:00 de la tarde. Ahora son $130.000… $150.000, depende'.

Estos vendedores reactivaron sus ingresos con la Plaza. Ahora quieren hacer parte de esa 'postal' que es la obra, y que los motiva a mejorar sus negocios para seguir ‘exprimiendo’ este ícono de la ciudad.