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Hace 71 días, Luz Helena Delgado y Jorge Duque Ballesteros cambiaron su cómoda casa de ladrillos en Venezuela por un rancho precariamente armado en Campo de la Cruz, sur de Atlántico.

Hoy será la primera vez en siete años que participarán en unas elecciones locales y departamentales. Para ellos es 'una posibilidad, una luz de esperanza', en una situación que se les ha vuelto oscura y 'cada vez más agobiante' desde su regreso.

La condición de colombianos volvió inestable su estadía en el país vecino, una situación que desde hace años se viene presentando y que se agravó el pasado 22 de agosto, cuando Nicolás Maduro, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, declaró 'el estado de excepción' en cinco municipios del estado Táchira y que fue ampliado a nueve el pasado 2 de septiembre, para 'combatir el contrabando' y 'la presencia de grupos paramilitares'.

La pareja alcanzó a salir con su hijo de siete años antes de que las cosas se 'pusieran más complicadas', pero no pudieron evitar 'el abuso de las autoridades' durante el recorrido hasta Maicao y llegaron al municipio sureño, de donde es oriundo Duque. Allí lograron establecerse en un cambuche que una amiga les prestó.

La Oficina de Coordinación Humanitaria de Naciones Unidas en Colombia (OCHA) publicó en su informe de situación N°12 que hasta el 14 de octubre pasado 1.950 personas fueron deportadas y estima en 22.342 los retornados ‘espontáneamente’.

A poco tiempo de haber regresado, Luz Helena dice ver estos comicios como una 'vía de escape', una oportunidad para 'arañar' alguna ayuda que les permita subsistir 'al menos por un tiempo'.

'Más que meter una papeleta en una urna, es un voto de confianza para que cuando estén en el poder nos ayuden a salir adelante', asegura la mujer.

Situación precaria

El armazón del rancho donde vive Luz Helena con su familia está formado por troncos de madera y las paredes son unos plásticos de colores verde y blanco, aunque hace tiempo dejaron de cumplir su labor de detener el paso de la luz, la tierra y las miradas de los vecinos. El techo está formado por un rompecabezas de tejas y toldos.

La mujer nacida en Montería recorre el lugar con calma, como para cerciorarse de que es verdad que esa es su casa ahora y no la que está a unos 650 kilómetros de distancia en Machique, capital del municipio Perijá, al occidente del estado de Zulia; la casa de ladrillos, la que levantó con su trabajo como cocinera durante los años que estuvo en Venezuela (desde 2007); la casa con comodidades: aire acondicionado, nevera, lavadora, camas, estufa y televisión.

Pasea la mirada por la estancia

El rancho mide 11 metros de largo por 12,5 de ancho. En ese espacio se condensa la sala, el dormitorio y una especie de cuarto de San Alejo: bicicletas oxidadas, dos tanques plásticos con capacidad para 20 galones de agua cada uno, una lavadora dañada, varias palanganas, utensilios de cocina y un galpón con cuatro gallos de pelea. 'Son del marido de mi amiga', se apresura en aclarar.

En un rincón, sobre una mesa improvisada con tablas, tienen tres maletas con ropa. 'Fue lo único que pudimos sacar', afirma Delgado y su rostro se torna rojo.

Sabe que le tomará tiempo volver a tener todo lo que consiguió en el vecino país, pero considera que lo único que le falta 'es una vivienda digna para empezar a levantar cabeza', porque lo que más tiene 'es fuerzas para trabajar por el futuro'.

Sin nada

La vivienda está ubicada en un barrio a orilla de la carretera Oriental. Las calles están sin pavimentar, no hay servicio de agua ni de gas natural. Afuera de la casa hay una olla con sopa cocinándose con leña, 'es de la vecina, ella nos regala un poquito para calmar el hambre'. Expresa que han venido políticos a conocer su situación pero aunque está 'llena de esperanza', siente que debe 'estar tranquila' y esperar a que 'las palabras se transformen en hechos'.

Una situación similar está pasando Adonis Vargas. El hombre de 53 años está 'arrimado' -como él lo dice- en Malambo, donde una de sus tres hijas. Recuerda que 'un 20 de abril de 2005' viajó a Venezuela 'en busca de un futuro mejor' y empezó a trabajar como albañil. Explica que tenía sus herramientas: 'Esmeril, cortadora de baldosas, llanas, palustres y nivel, entre otras cosas'.

Desde que lo deportaron no ha podido conseguir trabajo y cada día que pasa le parece 'mas desesperante' porque dice que está acostumbrado a ganarse la vida 'trabajando' y no soporta sentirse 'inútil'.

Sin regreso

Vivía con su pareja y dos hijastros en la Gran Misión Vivienda Venezuela, un complejo de apartamentos en la parroquia La Paz, del municipio Libertador, en el área metropolitana de Caracas. 'Desde mi casa podía ver el puente Los Leones y el río Guaira, era muy bonito', recuerda Vargas de su vivienda en el céntrico sector de la capital de Venezuela.

Cuenta que fue capturado por la Guardia Nacional el pasado viernes 31 de julio cuando salía de su apartamento y lo llevaron al Saime (Servicio de Migración). 'Me tuvieron 24 días en esas oficinas que acondicionaron para que durmiéramos', señala.

Manifiesta que en el lugar 'había unos 300 colombianos' y que los tenían retenidos mientras averiguaban sus 'antecedentes'. Asegura que las condiciones no eran malas, que les daban 'desayuno, almuerzo y comida', aunque tenían que 'dormir sobre cartones'.

Vargas se pasea por la terraza de la casa de su hija. La vivienda está hecha en ladrillos, tiene unas rejas altas, blancas, que el albañil no traspasa. Se aburre 'por no hacer nada'. Cada mañana se levanta con el sinsabor de 'no tener un peso con el que salir o comprar lo que quiera', aunque tiene un techo firme y no tiene que preocuparse por su alimentación.

Espera que 'con los nuevos gobernantes' su suerte cambie. Afirma que sufragará en Ponedera, su pueblo natal, 'para ayudarles a unos familiares con los voticos' porque piensa que ellos le van a 'ayudar de vuelta'.