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Son las cuatro de la tarde. Rosa Meza está de pie frente a la tumba de sus dos únicas hijas, quienes cumplieron un mes de haber muerto en el incendio de una buseta que le costó la vida a 33 niños de Fundación, Magdalena. Ella le habla a sus hijas, aunque en realidad le susurre a una lápida de cemento.

Dice que su dolor no tiene definición, será por eso que su condición de madre que ha perdido a sus hijas no tiene siquiera un apelativo, una denominación. 'Me gustaría encontrarlas en sueños. Tengo tantas ganas de verlas de nuevo que será que por eso ni en sueños se me aparecen'.

Junto a ella hay una decena de adultos que enfrentan la misma pérdida. Todos mojan con sus lágrimas el espacio de concreto que tiene escritos los nombres de sus hijos. Otros amarran unas flores a unos clavos y se quejan de que han robado las ofrendas que les han llevado a sus ‘angelitos’. 'Es un irrespeto. Voy a ponerle rejas a las bóvedas de mis hijos porque andan robando las rosas', dice Breiner Rocha.

Estos padres están en el cementerio Ángeles de luz, del municipio de Fundación, donde fueron llevados los restos mortales de 28 niños que perecieron en la tragedia ocurrida el pasado 18 de mayo.

Treinta días después de lo ocurrido, al cumplirse veinte días del entierro, allí están de nuevo todos los padres reunidos. Esta vez en una escena diferente: sin psicólogos que los apoyen al momento de desfallecer, sin policías que les impida acercarse a las tumbas de sus hijos y sin espectadores diferentes a sus familiares.

'Ay Dios mío, así como te la llevaste, dame fuerzas para seguir adelante', grita la madre de Sharit Barrios. 'Tenías tanta prisa ese día hija mía', sollozaba la mujer mientras daba puños a la bóveda donde reposa Sharit.

Uno de los presentes toma la palabra y opina que es mejor que regresen a sus casas. 'Ha sido un día duro. Yo creo que lo mejor es que descansemos', dice el hombre. A las afueras del cementerio, un bus los espera, pero aún les falta asistir a su última cita, a un último homenaje en el punto donde explotó el bus.

Algunos manifiestan que tienen pocas ganas de asistir. Ellos estuvieron desde las 11 de la mañana participando en la eucaristía celebrada por monseñor Ugo Puccini, luego fueron invitados a un almuerzo con la ministra de Transporte, Cecilia Álvarez Correa, donde les prometieron a los padres empleo y les repartieron mercados.

En sus rostros se notaba el agotamiento. Los párpados de la gran mayoría estaban hinchados, pero al filo de terminar el día, buscaban distracción en los niños que corrían o en los comentarios de sus acompañantes para reír un rato.

'Son los hijos que nos quedan los que nos dan el aliento para seguir', comenta el padre de Luisa Fernanda y Dianis Tapias, que perdieron la vida en la buseta. Sus dos hermanas, que se salvaron al saltar por una ventana, acompañan a sus padres cada vez que van al cementerio.

A las seis de la tarde, en la entrada del barrio Altamira, el pueblo fundanense nuevamente acompañó el sentir de estas familias. No eran tantas como el día del entierro. En las manos de los niños y los adultos había globos blancos. Eran cientos.

En un acto simbólico los presentes encendieron unas velas al terminar la celebración de la eucaristía en el sitio de la tragedia. Varios padres acompañaron el acto, pero no todos estuvieron.

'La ausencia de un hijo es algo que no se supera', cuenta Rosa Meza, a quien su esposo le insiste últimamente que tengan más hijos. 'Él me dice que nos quedamos solos. Pero a mí me da tristeza que mis hijas crean que les estoy buscando reemplazo. Tan solo ha pasado un mes desde que todo ocurrió. Eso ya lo veremos después'.