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Las promesas de reparación formuladas a los golpeados habitantes de Pita se pueden resumir en el compromiso gubernamental de brindarle a esta población la atención oficial que el Estado ha venido negándole sistemáticamente desde 1914.

Fue necesario que cinco hijos de esta vereda de Repelón enclavada en las estribaciones montañosas entre Bolívar y Atlántico se convirtieran en víctimas de la única matanza perpetrada en este último Departamento por los protagonistas del conflicto armado colombiano para que, trece años después de aquella aciaga fecha, se ponga en marcha un proceso mediante el cual, si se cumplen las promesas oficiales, la población tendrá la oportunidad de salir de su pronunciado atraso socioeconómico y cultural.

Algunas de estas promesas son: Agua potable domiciliaria, pavimentar los cuatro kilómetros de la empinada trocha que debía unir a Pita con la civilización (pero que generalmente se convierte en un formidable impedimento debido a su lamentable estado); reparar la ruinosa escuela local; brindar transporte decente a los bachilleres que deben recorrer a diario la trocha para recibir clases en la secundaria de la vecina vereda de Las Tablas; construir un puesto de salud (dotándolo con ambulancia, médico y medicamentos), y crear zonas de recreación para disfrute de menores y adultos.

La promesa de estas acciones, mediante las cuales normalmente se espera que todo Estado de Bienestar haga presencia básica, llegaron ayer a Pita envueltas por la parafernalia propia de las ceremonias oficiales: himnos, discursos, agradecimientos e interminables salutaciones oficiales.

El acto de presentación del diagnóstico elaborado por la Unidad de Reparación de Víctimas durante los últimos meses sobre el daño sufrido por Pita, con la colaboración de la Escuela Galán, contó ayer con la presencia del gobernador del Atlántico, José Segebre; del director territorial de la Unidad, Alfredo Palencia; del presidente de la Asamblea, Federico Ucrós, de la Alcaldesa de Repelón, Cecilia Carrillo; y de la directora de Gestión Institucional de la Unidad, Alba García, entre otros.

Y ello es producto de la inclusión de Pita en la lista de poblaciones que deben ser reparadas colectivamente por la Unidad Nacional de Atención y Reparación de Víctimas del daño causado por el conflicto bélico colombiano.

Ello, debido a que en la madrugada del 31 de diciembre de 2000 las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia asesinaran a martillazos a cinco padres de familia de Pita frente a sus hijos y demás parientes, acusándoles de 'auxiliadores de la guerrilla', causando así, además, el abandono total de Pita durante al menos un año.

Y en 2003, luego de que la atemorizada población regresara parcialmente a ocupar sus viviendas y retomar sus vidas, dos adultos más fueron asesinados por las autodefensas entre las veredas de Pita y Cienaguita (también perteneciente a Repelón), causando un nuevo desplazamiento en ambas poblaciones.

Ana de Polo y Cecilia García, de la Unidad de Reparación.

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Únicos pobladores. Las únicas dos personas que se negaron a partir en este segundo desplazamiento fueron Ana de Polo y su compañero sentimental, Juan Manuel Polo. La terrible y deprimente experiencia de vivir mendigando la caridad ajena durante el primer desplazamiento, ignorados por el Estado, pasando hambre y toda clase de penurias —y la varicela que en ese momento padecía Ana—, fueron motivos de que ella pensara:

'Que sea lo que Dios quiera. Si Dios quiere que yo muera, pues que me maten. Y si Él quiere que viva, pues viviré'.

'Usted no sabe lo triste y deprimente que fue vivir solos en este pueblo, luego de que todos los demás se fueran. Creía que me volvía loca y el hambre era insoportable', relata la mujer, quien asegura que ella y Juan Manuel sobrevivieron gracias a la valentía de una hija que, pese a las amenazas de muerte formuladas por los paramilitares contra cualquier persona que regresara a Pita, les llevaba dinero y alimentos.

Dice que los asesinos volvieron en varias ocasiones para revisar todas las casas y verificar si todavía quedaba algo de valor que no hubieran robado en las primeras visitas. Al ver la indefensión y las penurias del matrimonio Polo, asegura la señora, les dejaron con vida.

'Uno de ellos, incluso nos dijo que habían investigado el pasado de Pita y comprobado que éramos gente pacífica; que los asesinatos se debieron a una mala información que les dieron', recuerda ella.

El desgarramiento del tejido social en Pita es evidente por la pérdida de tradiciones como la afición boxística de los varones o futbolística de las mujeres, el abandono de las fiestas patronales en honor a San Roque (remplazadas por un súbito fervor evangélico), y el miedo que hoy les hace cerrar las puertas de sus casas, que antes permanecían abiertas día y noche.