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Debajo de un palo ‘e mango se evaporan los recuerdos de 2011, que ubicaron a Rebolo como el barrio más peligroso de Barranquilla con 28 de los 382 homicidios que registró la ciudad ese año.

Para borrar el gradual incremento de la violencia que ha corrido en el antiguo Barrio Arriba desde la década de los 90, es necesario tomarse un vaso de guarapo con hielo picado, a la sombra de las ramas verdes que sirven de cúpula natural a la sede del Toro Cimarrón, en una calle destapada y polvorienta, de esas que han visto nacer a las grandes figuras del fútbol local.

No es casualidad entonces que el Moderno, el primer coloso deportivo, el que vio nacer al equipo Juventud que antecedió al Junior y hoy se llama Julio Torres en honor a un rebolero, sea la parada inicial de la Ruta de la Gloria y de la Alegría, un recorrido cultural organizado por el Parque Cultural del Caribe y apoyado por la Alcaldía Distrital y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD.

La sede de la danza El Toro Cimarrón de Rebolo fue el punto final de la ruta.

La segunda parada queda apenas al cruzar la carrera 25, y está señalada por el #100. Es el templo que creó Ralfy Figueroa como amanecedero para cumplir el segundo de los mandamientos del buen rebolero: saber bailar salsa. El primero es saber jugar fútbol, a pata pelá, por supuesto.

Dos pases intrincados, sudor en rostro. Es hora de seguir conociendo las glorias que a punta de bola e’ trapo eternizaron a Rebolo como la cuna del fútbol barranquillero.

A la vuelta de La Cien vivió el Boricua Zárate, un defensa de los años 70 al que le empezó una enfermedad por la uña del pie y terminó perdiendo la pierna.

Lo apodaban el Boricua 'por ir al establecimiento que se llamaba así luego de los partidos, donde se veía con muchachas alegres', cuenta su hermana Isabel.

Del Estadio Moderno solo quedan sombras de su esplendor inicial, cuando la familia Montes ayudó a levantarlo.

Al frente de la casa que habitó hasta hace tres meses el Boricua, cuando murió, queda el antiguo Manicomio San Rafael, otro pionero en su especie en La Arenosa. Fue el primer Cari, adonde fueron trasladados los internos que quedaron hasta su desaparición. 'Yo vivía del otro lado y los locos se pasaban para allá y partían las tejas', recuerda Magola Ariza, de 60 años, una residente del sector que llegó por el bullicio causado por los miembros de la ruta.

Luego abrieron sus puertas La Casita de Paja, un estadero que ni el fuego de un incendio pudo consumir; la casa de Nelson Pinedo, el Teatro Rebolo y el hogar del Toro Cimarrón.

Después del recorrido llegaron el regocijo y la reflexión, el entender que la leyenda viva de la que se habla cuando se embarca en la ruta no necesita de las peripecias de las glorias deportivas o festivas. Depende, más bien, de la cotidianidad con la que un par de niños montan en una bibicleta cuando, en realidad, está diseñada para uno solo.

Se come y se baila. Como escenario de fondo siempre está disponible un menú auténticamente avalado por los fogones reboleros (ya es hora de quitarle el significado peyorativo a la palabra), encabezado por bollo limpio con pique de suero y el sabor dulzón de la morcilla, que le pone al gustico a un recorrido que encierra el corazón más humano de un territorio cercado por la delincuencia, aquella viuda negra que ha cobrado tantas vidas como connotaciones negativas. Como si entre sus calles no vivieran personas, sino estereotipos.

Pero a pata pelá se goza la vida que rumia apenas cruzando la Calle de las Vacas, la 30, la que empieza narrarse desde el Estadio Moderno y termina en un punto inexacto donde roza a Las Nieves.

En Rebolo inició todo. Es un asentamiento natural currambero en el que se explica, con tono mitológico, cómo el Carnaval llegó a calar en las fibras más íntimas de los cuadros vivos que representan las correrías diarias. Cómo el fútbol se convirtió en el sueño más próximo de los chicuelos que, a pie descalzo, se comienzan a enfrentar con un mundo que maltrata aún más que las piedras que adosan el suelo donde viven.

Es un barrio con hitos y mitos. Una verbena imperecedera que solo cabe bailar a pata pelá.