'Aquí hubo momentos buenos para los carretilleros antes de la pandemia y en ocasiones nos íbamos a la casa hasta con más de 100 mil pesos, pero esta emergencia no solo me ha matado muchos amigos, sino que tiene agonizando mi espíritu de superación, ayer me tocó fiar el arroz y el aceite en la esquina', dice Heberto José, uno de los setenta carretilleros que se resiste a dejar el oficio que vienen desarrollando desde hace más de 15 años.
No se trata de un problema individual, es casi una tragedia colectiva en Paraguachón —la frontera con Venezuela—, donde se mueve de un lado a otro la carretilla de Heberto José Morantes Mosquera. A inicios de 2020 hubo hasta 200 carretilleros que llevaban maletas y bultos entre el sitio donde se detenían los carros venezolanos a un lado de la letra V construida en concreto con la que se informa que hasta allí llega la república Bolivariana y la C del otro lado, hecha en el mismo material para identificar el país del Sagrado Corazón.
'Eran momentos en los que podríamos decir se vivía bien, pues había para llevar dinero a la casa, comprar alimentos y pagar otras necesidades del hogar', dice este ciudadano casado con Katiuska Pérez.
'La peste y el olvido nos acaban'
El negocio de los carretilleros se constituía en una actividad importante para todos. Eran 200 ciudadanos que estaban ocupados todo el día y ganaban su sustento, la Alcaldía o Gobernación, nada tenían que ver, pues era gente ocupada.
'Eso está bien es lo correcto, pero ahora cuando el negocio se nos ha caído nadie pregunta que están haciendo los demás carretilleros y donde se encuentran, yo creo que eso no debe ser así, nosotros no pedimos que nos regalen nada, no queremos que nos mantengan siempre, lo que exigimos es que nos den medios para poder trabajar, para sentirnos útil y seguir creciendo con nuestra familia', dice Heberto.
Abrieron una estación de carros
Desde que llegó la pandemia se empezaron a restringir algunos derechos a la movilidad en Paraguachón como en el resto del país, pero acá no buscaron darle una mano a las víctimas de la nueva normalidad, según expresa Abraham Ipuana Atencio, un wayuu de 35 años nacido en Paraguachón que toda su vida ha estado trabajando en el pueblo.
El nativo le pide al presidente Duque se acuerde de los que están cuidando la frontera, dice que también se acabó sus ahorros y ahora tiene que hacer esfuerzos para buscar el alimento de Sara Inés, su mujer y sus dos pequeños hijos, 'Yo estoy es buscando alguien nos haga un video para mandárselo al Presidente para él vea cómo es que sobrevive la gente a la que no le pagan nada para ejercer la soberanía del territorio'.