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Acostado en un chinchorro, bajo la enramada de la ranchería Buenavista y rodeado de matas de yuca pasa sus días Rafael Pushaina, el nombre que lleva con orgullo desde hace cinco años.

Atrás quedó la vergüenza y la indignación por el nombre que tenía en su cédula por culpa de unos políticos que en medio de una cedulación masiva para obtener votos le pusieron en el documento Raspahierro.

'Me daba pena porque cada vez que llegaba a un lugar se reían o me decían que si iba a raspar hierro y yo no entendía al principio porque no sabía leer, pero después me explicaron', afirma en wayuunaiki el abuelo de Angelina López González, quien hizo las veces de traductora.

Su relato es largo porque le gusta hablar del tema y lo hace con la cédula en la mano, la nueva, en la que aparece como Rafael, el nombre que quiso cuando cumplió los 18 años.

'Desde niño me llamaron Michín, pero yo quería llamarme Rafael y así lo dije en la Registraduría, pero como no sabía español pronuncié Raspaye y ellos le agregaron el hierro', explica mientras se toma un café.

Afrenta contra wayuu

El caso de este wayuu, quien durante mucho tiempo fue autoridad tradicional de la comunidad Orokomana, no es aislado. Como él hay otros cinco mil indígenas de La Guajira que sufrieron esta afrenta entre los años 60 y 80, por parte de politiqueros con la anuencia de funcionarios de la Registraduría. Nunca hubo una sanción penal ni disciplinaria para los responsables.

Quien la puso al descubierto fue la escritora wayuu Estercilia Simanca Pushaina en su cuento 'Manifiesta no saber firmar' y que sirvió de inspiración para el documental 'Nacimos un 31 de diciembre', de Priscila Padilla.

Rafael, que en ese entonces (2011) era Raspahierro, fue el protagonista de la historia y el final feliz fue el cambio de su nombre. 'Me siento contento, feliz, ahora muestro mi cédula con orgullo y la guardo muy bien', dice con vehemencia el anciano de 88 años.

En su obra, Estercilia narra la burla de la que fueron víctimas miles de wayuu, incluyendo a los miembros de su propia familia.

Coleima Pushaina, el personaje del cuento, una jovencita indígena, manifiesta que en una de esas jornadas de cedulación sus familiares hacían una larga fila para recibir esa 'tarjetica plástica'.

De un momento a otro se dio cuenta que uno de sus tíos, Tanko Pushaina, aparecía como Tarzán Cotes; Ashaneish era Cabeza; otro de sus allegados llamado Arepuí se llamaba ahora Cazón; Cotiz era Alka-Seltzer y el primo Rafael Pushaina era Raspahierro.

De la misma manera a su primo Matto le pusieron Bolsillo, y Castorila era Cosita Rica.

La denuncia la llevó a instancias judiciales para que se realizaran las respectivas rectificaciones y se restablecieran los derechos vulnerados de los wayuu que no cuentan con los recursos mínimos para hacerlos valer por sí mismos.

'El objetivo del cuento fue visibilizar en un contexto local el grave problema de los nombres indignos que llevan muchos indígenas', expresó la escritora wayuu.

En el transcurso de su investigación, antes de escribir esa historia, descubrió que por cumplir una meta en estas cedulaciones se mostró un nivel 'inhumano' alto al poner estos nombres como producto de las 'interpretaciones' de los funcionarios de la Registraduría cuando llegaba un indígena y en su lengua manifestaba cómo quería ser identificado.

'Según mis indagaciones solo van unos 50 wayuu a quienes les han cambiado el nombre y creo que son cerca de 5 mil los afectados', asegura.