La reunión familiar en la comunidad wayuu de Kamajule fue en torno a una motocicleta roja. Junto al vehículo expresaron su dolor por las dos muertes, contaron anécdotas y revelaron las afugias que viven por la falta de agua en la zona.
La moto era de Arturo Montiel Uliana, de 32 años de edad, quien murió en un pozo de siete metros de profundidad cuando quiso salvar a su sobrino Misael Segundo Montiel, de 15.
Los dos habían salido temprano el pasado 15 de febrero a buscar agua, ya que en esta ranchería, ubicada en el corregimiento de Taguaira, en la Alta Guajira, no llueve hace cuatro años.
'Iban en la moto, de ranchería en ranchería, buscando en todos los pozos un poquito de agua, porque no teníamos para cocinar', cuenta Misael Montiel, padre. El indígena recuerda que el último aguacero fue en septiembre de 2012, por lo que salir a buscar agua es la rutina diaria de los pobladores de esta región. Aquí, la sequía y el cierre de la frontera con Venezuela, con la consecuente restricción en la traída de alimentos, han provocado una crisis humanitaria que no ha podido ser contrarrestada por el Estado colombiano.
Misael Montiel y Arturo Montiel, fallecidos.
Misael Segundo se metió en el pozo que está a unos 50 metros de su rancho, quizás, dicen sus familiares, porque desde la boca había divisado un poco del vital líquido. 'Su tío, seguro al ver que no salía, se metió para sacarlo y también murió', dice la autoridad tradicional Estílica Morales, abuela del adolescente y madre de Arturo.
MUERTE EN LA PROFUNDIDAD
Los dos fueron encontrados muertos luego de varias horas de búsqueda por las rancherías cercanas; los sacaron y los sepultaron en medio del dolor.
La mujer, de recio carácter, fustiga que estas muertes se hubieran evitado si a Kamajule hubiera llegado 'siquiera uno de los carrotanques de los que dice la Alcaldía (de Uribia) que reparten agua'.
Taguaira es el corregimiento más grande de este Municipio y está ubicado en la zona extrema de la Alta Guajira, hasta donde se llega atravesando el desierto y transitando por trochas por las que solamente pasan determinados vehículos y las que modifican, casi a diario, su ruta por los caprichos de la naturaleza.
Esta zona, donde los habitantes ruegan que muy pronto aparezca Juyá (Dios de las lluvias), queda en estos momentos, cuando no ha llovido, a seis o siete horas de camino desde Riohacha; en invierno la travesía para llegar aquí –o para ir a la capital– puede demorarse hasta cuatro y cinco días.
El poblado está entre la Serranía de la Makuira, que es Parque Nacional y una de las pocas elevaciones de esta región desértica, y la llanura Jarara, por lo que el terreno es propicio para la siembra de maíz, frijol y ahuyama, entre otros productos, pero hoy esos cultivos 'han desaparecido' por la temporada seca.
'Queremos que nos ayuden, que nos manden agua', clama la autoridad tradicional. 'Que vengan por lo menos, porque nadie ha venido aquí hace mucho tiempo, solo acá han llegado ustedes', dice Estílica Morales. Explica que después de las muertes mandaron unos carrotanques y no han visto más ayuda.
Los pozos y jagüeyes en los que buscan agua fueron construidos en el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, por lo menos hace 60 años, muchos de los cuales están dañados y secos, aunque hace poco la ONG Oxfam arregló uno en Chiazalud y rehabilitó un microacueducto cercano a Kamajule, pero esto no es suficiente porque las rancherías están dispersas.
Un grupo de mujeres wayuu llora la muerte de tío y sobrino.
INDIFERENCIA OFICIAL
Arturo Montiel era el esposo de Nelys Ipuana, quien espera su cuarto hijo; Misael era un joven al que describen como inteligente y estudiaba quinto de primaria en el colegio de Taguaira.
Para sus familias, los dos fueron, sobre todo, 'víctimas de la indiferencia' de las autoridades locales, regionales y nacionales.
La reunión en la que estaban los wayuu para recordar a sus muertos la llaman 'comelona' y comenzó desde temprano con el sacrificio de una de las pocas reses que les quedan. 'La vaca alcanza más que un chivo', explica Ángel Machado, un joven indígena.
Como es tradición, al encuentro llegaron familiares y amigos de las rancherías cercanas. Sentados en la enramada, de palos secos y techo de paja, primero compartieron el dolor por las muertes con los padres de las víctimas y después se comieron un pedazo de carne, sin ningún otro acompañamiento.
'Es que desde que cerraron la frontera podemos ir a Venezuela, pero no nos dejan traer mucho. Apenas dos kilitos de arroz y eso no alcanza para nada', se queja Estílica Morales. 'Sale –dice– más caro comprar colombiano, para lo cual hay que ir a Uribia, que es un viaje también caro'.
ENFERMOS A VENEZUELA
En medio de la vegetación que en estos momentos está casi muerta se pierden las trochas que llevan a Venezuela. A través de ellas les resulta más fácil a los habitantes de Taguaira llevar los enfermos al vecino país.
Vicente Machado, quien vive cercana a Kamajule, lamenta que hasta esta región no llegue nadie del gobierno colombiano: 'Por eso vamos a Venezuela a operarnos y a que nos atiendan los médicos, porque allá tenemos familiares y en Riohacha no'.
Desamparados, cuentan que todos tienen carnet de alguna EPS, sin embargo pocas veces han sido atendidos o han recibido alguna visita médica. El hospital de Nazareth, que es un centro de baja complejidad, lo tienen a dos horas de camino, también trochando.
A pesar de la lejanía de Taguaira, los wayuu esperan que recibir pronto la atención del Estado, pues ya conocen que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, aprobó unas medidas cautelares, lo que les da ciertos derechos que 'debe respetar' el Gobierno Nacional.
Machado, acostado en su chinchorro, sentencia que las muertes de Arturo y Misael Segundo Montiel fueron producto de la 'de-sesperación' por la falta de agua, la misma que en otras zonas de la extensa guajira viven familias enteras por la muerte diaria de sus hijos por desnutrición.
OTROS DOS CASOS
El desespero de los wayuu por buscar agua debido a la sequía dejó otros dos muertos, de acuerdo con los reportes de los líderes de la zona. Estos casos ocurrieron en diciembre, primero que los de Misael y Arturo Montiel. Las víctimas, cuentan los lugareños, estaban haciendo mantenimiento a un pozo artesanal, con el fin de habilitarlo y lograr sacar algo de agua para sus familias. Explican que el terreno cedió y murieron atrapados.