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Mientras caminaba con el tapabocas en la mano, lejos del murmullo de los que en la mañana de este martes estaban a las afueras de Medicina Legal, Elizabeth Díaz Sánchez lamentó no poder volver a desayunar con su hijo Joel Díaz.

A diario, aunque ella se ofrecía, él siempre iba a la tienda a comprar dos panes. Uno para ella y otro para él. Los compartían con café tibio, porque ella no le dejaba volver a encender la estufa. 'Te va a coger el día', le decía Elizabeth poco antes de dieran las 8:00 de la mañana. 'Qué va, mi vieja, tranquila', respondía.

Justo así había sido la mañana del lunes que, sin saberlo, fue la última que compartieron. Por eso, de tanto en tanto, mientras esperaba por el cadáver de su hijo este martes, Elizabeth se apartaba y trataba de contener las lágrimas caminando frente a los barrotes del instituto forense.

'Él era un muchacho sano. No fumaba, no tomaba, no se metía en problemas. Ni mujer tenía. La mujer era yo, la mamá, que lo cuidaba, le organizaba su ropa. Más nada puedo decir de la vida, que el arroyo me lo arrebató. Ojalá que Dios le ponga mano a eso y no siga habiendo más ahogados', fueron las primeras palabras que pronunció en voz alta la mujer, enjuagadas por las lágrimas que tanto trataba de contener.

Para ese momento, Elizabeth había decidido dejarle a su hija la tarea de responder las preguntas que los forenses tenían sobre la muerte de Joel. Ya no quería pensar en ello, aunque ya se había recompuesto un poco, pues confesó que en la tarde del lunes, cuando la llamaron a decirle que el arroyo se lo había llevado, 'parecía una loca'.

'Por allá en Las Mercedes, donde él estaba, encontraron el celular y llamaron a un nieto mío. Ahí fue que nos enteramos lo que había pasado. Ya hasta lo habían sacado', recordó la madre.