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'Primera vez que estoy hablando de este tema y no lloro, será porque ya no aguanto más', dice Yolanda Pava, sentada en una silla de plástico en la entrada de su casa ubicada en la transversal 5C, una de las calles inclinadas del barrio La Sierrita.

Su hijo, de 15 años, hace parte de los ‘Fastidiosos’, una de las pandillas del sector. Desde su ingreso a este grupo, ella le ha entregado a la Policía cuatro de los ‘chopos’ usados por este, ha visto cómo lo han intentado matar en la puerta de su propio hogar, lo ha ido a buscar a ‘ollas de vicio’ y estaderos. Entre los enemigos de su hijo se encuentran los ‘Taiwanes’, los ‘Pisa Caras’, los ‘Decididos’, los ‘Mandamás’ y los ‘Paiwos’.

Yolanda prefiere no revelar el nombre de su hijo, ya que quiere evitar una estigmatización en su futuro, pero ella da la cara, pues asegura que es su obligación contar y denunciar lo que ocurre, porque sabe de otras madres que viven una situación como la de ella y no se atreven a hablar públicamente.

'Si a él le llega a pasar algo, a la primera que buscan es a mí, a preguntarme qué pasó, ¿dónde estaba la mamá? Yo siempre he estado acá, presente para él, pero necesito ayuda', reclama la mujer, que ha tocado las puertas de su EPS, de la Policía y del ICBF, pero afirma que ninguna de estas instituciones le ha colaborado con la realidad que tiene que enfrentar día a día.

'Yo veo a mi hijo en un mal camino, no sé lo que está haciendo hasta la una de la mañana, no sé si está atracando, si está consumiendo, porque yo camino La Sierrita buscándolo y no lo encuentro sino hasta que él quiere aparecer', rezonga con un dolor que ha vivido desde marzo pasado, cuando comenzó a percibir cambios en su personalidad.

Yolanda trabajaba como impulsadora para diferentes productos hasta que, por un problema familiar, tuvo que dejar su empleo y concentrarse en su hogar, donde vive junto a su esposo y sus otras tres hijas. Su pareja es electricista y los fines de semana se dedican juntos a administrar un puesto de comidas rápidas que funciona en la puerta de su vivienda.

En el domicilio también reside su cuñado, quien sufre de un problema congénito respiratorio, y su suegra, quien se encuentra en delicado estado de salud luego de sufrir tres isquemias que han dejado la mitad de su cuerpo inmóvil. Además de sus cuatro hijos y dos nietos, debe cuidar de ambos.

UN ‘FASTIDIOSO’

El primer cambio que notó en su hijo fue un día que llegó con 'las cejas sacadas'. En esa ocasión admite que le pegó, pero con cada episodio se dio cuenta de que 'con los golpes no se gana nada'.

Luego fueron los huecos en las orejas y los tatuajes. Cuatro de ellos tienen nombres de sus familiares, el quinto es la palabra Fastidiosos, que reposa en su tobillo izquierdo.

'Todo esto lo aprendió de la calle, de imitar a sus amigos, porque nadie en mi familia tiene algún tipo de arete, tatuaje, ni problema con la Policía o antecedente alguno', comenta Yolanda.

La situación se agudizó en junio cuando asesinaron a Jaider Rojas, quien supuestamente pertenecía a la banda los ‘Petardos’.

'Antes de eso se tiraban bolsitas de agua, luego comenzaron a meterles barro y piedras pequeñas hasta ese día, ahí empezaron con los peñones', relata la mujer de 42 años.

Los resultados en el colegio comenzaron a empeorar y perdió sexto grado en tres ocasiones, lo que ocasionó que se venciera su edad para continuar en el horario matutino y debió pasarlo a la jornada nocturna. Esto le dio al joven más tiempo libre que utilizaba para juntarse con malas compañías.

Debido a que sentía que perdía el control de su hijo, cada vez que tenía que salir de su casa Yolanda ponía candado a su puerta, pero el joven de 15 años, aprovechando su contextura delgada y un espacio en el enrejado, salía y se encontraba con sus amigos.

Frente a la constante reprensión, su madre comenta que el joven siempre le reclama lo mismo: '¿Por qué no puedes ser como las otras mamás?'.

'La mayoría de esas madres se han rendido ante sus hijos, algunas son drogadictas, han estado internadas, tienen romances con menores de edad y pasan sus días en el estadero con un ‘mochito’ que se les ve media nalga. Pero yo no soy así, solo entro a ese establecimiento a buscarlo a él', anota la madre con respecto al reclamo de su hijo.

Según cuenta, el adolescente ha perdido a su novia, y los amigos con los que creció los ha relegado a un segundo plano. 'Las descripciones de la gente con la que anda ahora son: uno que atraca por El Serrucho, otro que atraca por la diez y así, lo que me hace pensar lo peor'.

Y por más que le pida a su hijo que no salga, o que lo vaya a buscar a todos los lugares donde frecuenta cada vez que este no aparece pasadas las 11 de la noche, no ve la intención de cambio en él. 'Me dice, me voy pa’l degenere, esa es la palabra favorita de los jóvenes por aquí', remarca.