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La lapidación del vigilante samario Rafael Viloria Franco a manos de un grupo de pandilleros la semana anterior volvió a dejar en evidencia un comportamiento que es cada vez más frecuente en algunos sectores ante un hecho de sangre.

Aunque el caso sucedió en un barrio de Santa Marta, cientos de personas en la Región Caribe y en Colombia pudieron ver la brutal agresión en contra del hombre de 42 años, casi que en directo, debido a los registros a través de teléfonos celulares y las publicaciones que se viralizaron en redes sociales.

Mientras Viloria Franco era atacado con piedras, palos y cuchillos, fue evidente la atracción que el hecho produjo en algunos de los vecinos del barrio El Parque, donde ocurrió el caso, quienes no solo presenciaron sino que grabaron de manera morbosa la escena.

'Ese man está muerto, ese man quién es, ese man está muerto… Joda chao…Ese man está muerto, a dónde respirando… Chao, ese man está muerto. Ahora sí ya… (…)', se le escuchó decir a uno de los hombres que grabó con su teléfono celular a escasos centímetros de la víctima, mientras esta aún hacía esfuerzos por respirar y tratar de levantarse.

Viloria Franco movía sus manos y sus piernas. Tras la arremetida, quedó sentado en la terraza de una vivienda. Su rostro estaba ensangrentado como el de un nazareno. Junto al él había trozos de piedras que le habían impactado en la cabeza. Trataba de decir algo, quizás pedir auxilio.

Mientras esto ocurría, varias personas parecían estar en un éxtasis por el espectáculo callejero. Solo uno de los presentes alcanzaba a gritar: 'Llamen a una ambulancia'.

Hechos similares ocurren con frecuencia en Barranquilla y en otras ciudades, especialmente en los sectores más vulnerables, donde adicionalmente la presencia de menores de edad es alarmante.

Jair Vega, sociólogo, docente de la Universidad del Norte y doctor en Comunicación, considera que este comportamiento de la comunidad se debe a la 'normalización de esas situaciones', es decir, parecen normales y, más que repudio, generan curiosidad y morbo.

Para el investigador, a la gente no le molesta que suceda la situación en sí, es decir, la agresión de un ser humano a otro, sino que les agrada 'involucrarse en la historia, esperando conocerla en detalle y llegar al desenlace'.

'Sucede que en muchos casos las personas que contemplan una riña, pudiendo interrumpirla para que no pase a mayores, prefieren, bien sea asumir una actitud contemplativa frente a ella, incluyendo grabarla con algún dispositivo, inclusive algunos llegan hasta alentar la riña', explica.

Para Vega, este comportamiento hace parte de una cultura que ha asimilado las agresiones como parte natural del proceso de resolución de los conflictos y que la convierte, inclusive, en espectáculo. 'Y este espectáculo hoy en día se puede compartir a través de los medios sociales. Lo cual, por supuesto, también es amplificado muchas veces por los medios masivos', señala.

El sociólogo además opina que no es que se está frente a una degeneración de la sociedad, sino a la 'degradación de la cultura', en la medida en que la gente ritualiza la agresión y la violencia como algo no solo cotidiano sino también válido, que no genera ningún cuestionamiento. 'También se degrada la valoración de la vida y la dignidad humana, que deberían estar por encima de todo'.

Añade que este tipo de comportamientos se dan más en nuestro entorno. En otros continentes, como Europa, este tipo de situaciones se hacen con propósitos de 'denuncia'.

Intervención

El coronel Jesús De los Reyes, comandante operativo de la Policía Metropolitana de Barranquilla, reconoce que en el caso ocurrido en Santa Marta hizo falta una intervención inmediata de las autoridades.

Primero, para evitar el linchamiento del vigilante y, además, para disuadir a la comunidad. El oficial hizo más énfasis en el tipo de ataque ocurrido que en la conducta de la ciudadanía.

Al respecto, dice que estos casos (intentos de linchamientos) se presentan con cierta frecuencia, sobre todo cuando se dan capturas y la ciudadanía logra llegar primero a un lugar.

Agrega que en Barranquilla, la frecuencia mensual de este tipo de situaciones es de dos o tres casos.

'Casos como el ocurrido en Santa Marta nos deben servir como ejemplo para actuar de manera acertada y
evitar que vuelvan a ocurrir', afirma.

'Depende el lugar'

Barranquilla tuvo 400 casos de homicidios en 2016, según registros del Instituto de Medicina Legal. De estas cifras, 358 casos correspondieron a muertes de hombres y 42 de mujeres.

Róbinson Patiño, empleado de servicios funerarios en la ciudad y con 24 años de experiencia, tiene otra visión sobre el comportamiento de la gente ante un caso de agresión o la escena de un crimen.

Recuerda que de todos estos hechos de sangre ocurridos en Barranquilla, por lo menos estuvo presente 'en unos 30', dice.

Para él no es común que en todos los casos se aglomere gente para observar la escena de un crimen o el levantamiento de un cadáver. Asegura que esto puede ser cuestión 'de tiempo y lugar'.

'Lastimosamente, en el sur de la ciudad y en sectores subnormales es más común que la gente se aglomere a ver un caso de asesinato, más si ocurre de mañana. Esto puede ser porque el muerto era conocido o porque hay más desocupación', señala.

Sin embargo, añade que 'puede llegar el momento en que un crimen suceda cerca de un lugar concurrido, por ejemplo, una universidad. Ahí sí van a aparecer cantidades de personas, en el norte de la ciudad, para grabar el hecho con su teléfono celular. Toman fotos y video, no importa en qué condiciones esté el cuerpo'.

Incluso, rememora que años atrás, antes de que se aplicara la Ley 906 de 2004, que establece una nueva forma de realizar el levantamiento de un cadáver, 'había mucho más desorden'.

'En esa época no había cámaras ni teléfonos celulares inteligentes, pero sí había un afán por acercase a verle la cara al muerto. No había cintas ni zonas demarcadas por las autoridades. Ahí se actuaba por asombro, ya que no era tan común un caso de muerte. Hoy esto se ha convertido en algo común y corriente', apunta.

Por su parte, Miguel Ángel Parody, un viejo conocedor de los servicios funerarios como Patiño, expresa que el actual comportamiento de la comunidad ante un hecho de sangre es mera 'ociosidad' y que se hace es 'para estar a la moda'.

'Tengo 62 años de edad, 41 de estos dedicados a este oficio. Lo de ahora se hace para formar escándalo. La gente que graba o se acerca a una escena a mirar pareciera no tener valores', dice.

Aunque menciona que trabaja con el 'negocio de los muertos' y para él un cadáver es sinónimo de ingresos, afirma que un verdadero 'espectáculo' sería que no hubiese muertes violentas sino que 'la gente muriera de vieja'.

'Así como estaban, mataban a quien se les atravesara...'

*Por Agustín Iguarán

Habitantes de la urbanización El Parque, de Santa Marta, donde ocurrió el dantesco crimen de Rafael Alejandro Viloria Franco, se refirieron a la forma como reaccionaron al momento de la brutal acción. Y con la condición de que no revelaran su identidad, varios de los que presenciaron el suceso dijeron por qué no defendieron a la víctima:

'Así como estaban (drogados y borrachos) mataban a quien se les atravesara', respondió uno de ellos. 'Tal vez si hubiera tenido un arma de fuego habría hecho un tiro al aire para asustarlos', dijo otro. 'Pensé meterme, pero me dio miedo con solo ver el cuchillo tan grande de uno de los jóvenes', confesó otro más.

Todos se refieren a Gilbert Caicedo y Guillermo Jaramillo, los dos capturados por el caso. Estos dos individuos no aceptaron los cargos por la muerte a piedras y cuchillo de Viloria Franco, ocurrida el domingo 24 septiembre. La Fiscalía dijo que 'sus actos nunca fueron por error, lo hicieron porque sabían el resultado de los mismos'.

En desarrollo de la diligencia judicial fue proyectado dos veces el video del crimen que se viralizó en las redes sociales y que permitió identificar las características morfológicas de los autores del sangriento episodio.

Este video fue divulgado en la audiencia como elemento material probatorio y fue sometido a cadena de custodia.

La Fiscalía calificó la actuación de los procesados como 'una actitud salvaje, un hecho de barbarie'.

Sobre este hecho, el sacerdote Jesús Orozco sostiene que 'estamos en un momento en el que el egocentrismo nos ha llevado a la indiferencia y como consecuencia a la pérdida de valores'.

El clérigo indicó que se han producido muchos cambios en el comportamiento humano, pues antes se pensaba más en el prójimo, ahora es en uno mismo.

Dijo que ejemplo de lo que argumenta es el violento episodio en donde el pensamiento de muchos pudo ser 'para qué me voy a meter en esto si no es conmigo'. Para esa persona era más importante grabar el crimen que auxiliar a la víctima', anotó el padre ‘Chucho’ como le conocen en la capital del Magdalena.