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'Nos duele que parte de la comunidad también le dio piedra, porque ellos mismos (los agresores) se encargaron de decir que él era un delincuente. Eso fue horrible, no se le hace ni a un animal. La mamá de uno de los asesinos decía ‘mátalo, mátalo’ mientras los demás grababan'.

Zacarías Viloria Franco no ha podido sacar de su memoria las imágenes del salvaje ataque que sufrió su hermano Rafael, asesinado a pedradas y cuchilladas por un grupo de pandilleros en el barrio El Parque de Santa Marta, el pasado domingo.

Rafael, quien se ganaba la vida como vigilante, era el menor de ocho hermanos y la persona con quien más compartía Zacarías. Por haberse separado de sus mujeres, ambos vivían en la misma casa en compañía de sus padres. 'Mi viejo es de Sabanalarga, Atlántico, nosotros somos de los Viloria de allá', dice.

'Somos unas personas bien formadas, educadas, mis viejos están destrozados, él era el que cuidaba de ellos y dependían de su sueldo. Una de las causas de la muerte de Rafa es que fue a buscar la plata para hacer el mercado'.

Para Zacarías, las autoridades deben investigar a fondo los hechos porque hay varios cabos sueltos. 'A Rafael lo habían atracado esos tipos hace 25 días, él iba a donde una señora que le prestaba plata'. Lo mismo volvió a ocurrir el domingo cuando el vigilante recibió el dinero que le entregó la mujer.

'Yo me imagino que él reaccionó cuando los tipos lo atracaron de nuevo, y ahí empezó todo', cuenta el hermano.

Zacarías les pide a los vecinos que no tomen la justicia por su cuenta, ya que varios de ellos fueron hasta la casa de uno de los presuntos homicidas y la 'levantaron a piedra'.

Desde la noche del lunes permanecen encarcelados Guillermo Jaramillo, quien fue capturado en la clínica El Prado, donde era atendido por una herida de arma blanca que pudo haber sido el resultado de una reacción de defensa del vigilante, y Gilberto Emilio Caicedo Arrieta, a quien se señala como la persona que le propinó la puñalada mortal a Viloria Franco.

'Ahora que regrese les preparo un asado'

Rafael, quien llevaba dos décadas como celador, había llegado el domingo por la mañana a su casa en el barrio María Eugenia, en el sur de la ciudad, luego de una vigilia de 24 horas.

Se quitó el uniforme de guardia de seguridad, preparó el desayuno y se acostó. Tras haber descansado un rato, se cambió y salió en busca del dinero que le entregaría la mujer. Lo último que le oyeron sus padres y su hermano es que al regresar les prepararía un asado.

'Somos cristianos y por eso dejamos todo al Señor; que sean la justicia ordinaria y la Divina las que se encarguen de castigar a quienes nos dieron este golpe tan duro', comentó Zacarías.

Sepultado

El cuerpo del vigilante fue sepultado ayer por la tarde en el camposanto Jardines de Paz. El repudio por el asesinato no cesó durante todo el cortejo y el clamor de justicia cada vez tiene más eco entre los samarios.