10:30 de la mañana cárcel Modelo
Antes de ingresar al pabellón B del pasillo 7 del recinto carcelario, ya en medio de las requisas reglamentarias de rigor para acceder a esa especie de submundo, a esa especie de república independiente donde manda el dinero contante y sonante —según lo afirman los reclusos y lo corroboran sus familiares—, se escuchó la algarabía de los presos, quienes comenzaron a gritar ‘a voz en cuello’ su particular memorial de agravios tan pronto se percataron de la llegada a la Cárcel Modelo de la comisión humanitaria.
'Valecita, pille cómo estamos aquí de apretados. Esto es inhumano, mi vale', clamaban las voces de descontento, precisamente una semana después de que en el pabellón mencionado se desatara un caótico e infernal drama de rencillas acumuladas, súbitamente alimentadas, el pasado 27 de enero, por voraces llamas, descargas eléctricas, humo y gases lacrimógenos. La confusión que reinó aquella noche dejó un amargo saldo rojo: 11 internos del penal muertos y 38 heridos 'de consideración'.
Ya en el interior, un sinnúmero de miradas duras y rostros adustos escrutaban con detenimiento y desconfianza la presencia de estos ‘intrusos’ en ese mundo de códigos particulares, donde los más fuertes imponen con extrema brutalidad sus propias leyes.
La abrumadora sensación de haber ingresado a un patio ajeno ganaba terreno a medida que avanzábamos entre cuerpos marcados por cicatrices del alma y de la piel y por los consabidos tatuajes, en medio de un amasijo de prendas colgadas al sol quizás en un inconsciente acto de purificación para desprenderles el sudor de interminables noches y días de encierro y hacinamiento inhumanos, así como el humo de aquella noche inolvidable para quienes sobrevivieron a ella.
Sobreviviendo al infierno
Todos estos internos en apariencia duros y curtidos por la vida, agrupados o dispersos en pequeños grupos en este patio que conserva el característico olor ahumado de las paredes lamidas por las llamas, al enterarse de la naturaleza humanitaria de la visita, dejaron a un lado las prevenciones y esa coraza de recelo tan indispensable para sobrevivir en este medio ferozmente hostil, dejando entrever así esa fragilidad intrínseca que les hace tan humanos como los prójimos ubicados del otro lado de esos muros que les aíslan.
Muchos de ellos dicen que no podrán ya borrar de sus mentes las dolorosas imágenes de sus compañeros peleando por sus vidas mientras eran pasto de las llamas, cegados y asfixiados por el humo y también víctimas de los voltios y de la falta de vías de escape.
Con una simple mirada al caos ordinario que los circunda, se pueden intuir todos y cada uno de los elementos que sirvieron de caldo de cultivo para que explotara esa especie de infierno que les tocó vivir de primera mano.
La cárcel Modelo está concebida para alojar a 450 internos, pero en este momento la habitan más de 1.200, entre los que están sentenciados y los que esperan resultados de investigaciones que esclarezcan sus situación legal. En el Pabellón B, en el momento de la emergencia, se encontraban 731 internos.
'El infierno es esto, brother. Aquí no sirven los baños, dormimos como animales,tirados en el suelo. Las peleas entre nosotros mismos son frecuentes. Al que se descuida, lo pelan ¿Quién ha podido dormir bien desde esa noche? ¡Nadie! Tenemos pesadillas. ¿Tú sabes qué es ver como tus ‘vales’ se prenden vivos?', preguntó uno de los reclusos.
'Estamos muy mal porque aquí toca comenzar de las cenizas. El problema que nos quedó fue psicológico. Aquello fue horrible, una de las angustias más terribles que me haya tocado vivir ¡Ya sabemos lo que es estar en el infierno, papá, y nos estamos volviendo locos', aseguró Jorge Gaitán.
'Yo convivía con el compañero al que le decían el Cuqui, que era de Mangangué. Era una ‘persona bien’. No era problemático y era un preso sociable, pero lo vimos morir mientras nos pedía auxilio: ‘no me dejen quemar’, ‘no me dejen morir’, gritaba. Fue algo espeluznante', contó otro de los internos.
Los muros que guardan los secretos de la tragedia
Durante la visita de la comisión humanitaria —donde estuvo EL HERALDO—, descubrimos en el pasillo B a un grupo de más diez internos acostados sobre unas colchonetas tiradas en el piso. Unos metros más allá, en medio de una oscuridad sórdida que causaba la impresión de estar en medio de una mazmorra medieval, otro grupo más yacía tirado en medio de un callejón estrecho, del cual provenía un fuerte olor a chamuscado, a sudores y a humedad. De entre estos grupos, surgen varios guías espontáneos, quienes desean enseñar los estragos causados por el fuego, así como las estrechas celdas donde sus compañeros murieron calcinados.
'La culpa de lo ocurrido la tiene la misma guardia. Un guardia incendió las colchonetas con una granada de esas. Una chispa de la pipeta que lanzó hacia dentro prendió las colchonetas y, encima de eso, nos dejaron encerrados', afirmó Juan Bautista Gutiérrez, otro de los internos que se declara marcado de por vida debido a aquella terrible experiencia.
Paredes corroídas, tiznadas por el humo y el rastro del fuego, pasadizos que conducen a pequeñas celdas que se convirtieron en trampas mortales mudos testigos de piedra del paso de la desolación y la muerte por un lugar en donde, según los mismos internos, 'el diablo bailó de alegría' mientras sus compañeros se quemaban.
Los reclusos se desahogaron contando las penalidades que sufren a diario por el hacinamiento.
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Sobre lo paranormal y otros demonios
Según Luis Mendoza Del Villar, un interno que lleva cinco años en este pasillo, la lucha que libraron el pasado lunes no solo tuvo connotaciones terrenales: 'Aquí lo que hubo fue una batalla espiritual. La pelea empezó por culpa de los ‘satánicos’ y terminó con toda esta tragedia. Después de la pelea, vinieron las granadas arrojadas por la guardia, las colchonetas que se prendieron enseguida y, después, esos manes le echaron gasolina a las colchonetas', aseguró Mendoza.
El interno agregó que el grupo que ellos llaman los ‘satánicos’, han ofrecido sus almas al demonio. 'Esos mismos que están en los calabozos, esos señores, nos echaron candela y nos pusieron obstáculos, nos pusieron corriente. Nos tiraron a la muerte. Ahí, en medio de la candela, se veía un señor que bailaba de alegría: un demonio vestido de blanco que bailaba en medio de la candela', aseguró.
Al unísono, cerca de quince reos confirmaron haber presenciado la misma escena: 'Varios lo vimos. Era ‘el putas’. A él le dedicaban todo lo que estaba pasando. Esos manes que se hacen llamar los belcebú y los hijos de ‘el putas’, que hacen sus rituales aquí, fueron los culpables de todo', aseguraron varios internos.
Las voces que clamaban por ayuda
'Eso fue algo impresionante porque había corriente, las celdas tenían electricidad y no las podíamos abrir porque nos electrocutábamos. Esas imágenes se nos quedaron en los ojos y en la mente. La imagen de tu amigo que hace cinco o diez minutos está contigo hablando y después lo ves lleno de candela pidiendo ayuda. Eso es algo que te jode la cabeza', dijo con el rostro compungido otro de los protagonistas de una historia que no tiene precedentes en la historia carcelaria de este país.
'¡Ayúdenme, que me está matando la corriente!', gritaban el Cuqui, Pirulo y Michel, quien tenía una cara de angustia increíble, pidiendo auxilio con un grito que le salía de lo más profundo, mi ‘vale’. Eso es algo que nunca se olvida', narró otro de los sobrevivientes de esta triste historia de una tragedia anunciada.
Entidades como la Personería y la Secretaría de Salud Distrital hicieron presencia ayer en el penal. La Personería prepara la entrega de varias ayudas humanitarias que consiste en más de 400 colchonetas, 250 mudas de ropa y cerca de 200 kits de aseo. La Secretaría de Salud desplazó una brigada de salud que ayer realizó más de treinta curaciones a algunos internos con quemaduras superficiales.
En medio de las versiones que apuntan a fallas en el manejo de la emergencia, y de algunas que por momentos toman visos de orden fantástico y paranormal y que aún son materia de investigación, lo único sale que sale a flote sin lugar a duda es una verdad a rajatabla y sin maquillaje, que habla por sí sola sobre la condición infrahumana en la que estas personas les toca sobrevivir su día a día tras las rejas.