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'Vale #Asesinos'. El cartel con letras negras entre dos árboles a la entrada de Brumadinho avisa que esta pequeña ciudad del sudeste de Brasil sigue cargando el dolor y los estigmas de la rotura hace un año de un dique perteneciente a ese grupo minero.

Un total de 270 personas (11 de ellas desaparecidas hasta hoy) murieron tras el colapso de la presa, el 25 de enero de 2019, que sepultó gran parte de la región bajo un torrente de lodo.

El lugar ya nunca será el mismo, pese a las millonarias indemnizaciones de unos 2.000 millones de reales (unos 480 millones de dólares) que Vale fue condenada a pagar.

Los ausentes no son olvidados y los bomberos siguen buscando hasta ahora los desaparecidos.

'Brumadinho es pequeño y la mayoría de la gente se conoce. Tenemos a nuestros amigos de infancia. Yo he ido a unos 30 o 40 entierros', cuenta Natalia de Oliveira, que perdió a una hermana y a muchos amigos.

'Cuando nos encontramos en la calle o en el supermercado, nos decimos: '¡Cuánta gente murió aquí!' Alguien que perdió a su padre, a su madre, que habían ido a trabajar'.

Al duelo se suman la devastación y el impacto ecológico de los 12 millones de metros cúbicos de lodo cargado con residuos mineros que se desprendieron del dique. El siniestro es particularmente visible en los suburbios rurales de Brumadinho: viviendas abandonadas, poblaciones desplazadas, pescadores y agricultores a quienes se prohibió ejercer su oficio.

En Parque da Cachoeira, un barrio bucólico en el valle, solo se ven casas vacías sobre un paisaje arrasado.

Pedro Rocha, un agente de seguridad, de 54 años, visita los restos de su casa. En las semanas siguientes a la tragedia, al menos 20 cadáveres fueron extraídos del fondo de lo que era su jardín.

'Gracias a Dios, no hemos perdido a nadie de la familia, pero hemos perdido todo el resto', lamenta el hombre, que encontró alojamiento con su familia en el centro de Brumadinho.

'[Vale] nos encontró alojamiento en la ciudad y paga nuestro alquiler. Pero nos gustaba vivir aquí. Con el río al fondo del jardín y agua para cultivar', agrega.

 Una región parada

La contaminación del río Paraopeba paralizó las actividades de la zona y dejó sin sustento a pescadores y agricultores.

Adelson Silva de Oliveira aplasta con su tractor las malezas de dos metros de altura que invadieron su campo junto al río. Desde hace un año, no ha plantado nada.

'Plantábamos lechuga, coles, maíz. Pero paramos todo. ¿Quién quiere comprar productos de aquí. ¡Nadie!', afirma.

Los 106.000 habitantes que viven a menos de un kilómetro del río reciben una 'ayuda de emergencia' de 1.000 reales por mes (240 dólares), equivalente a un salario mínimo. Esa suma se reducirá a la mitad a partir de febrero.

 'Ya no viene nadie'

El desastre tuvo un fuerte impacto social, al privar a muchos pescadores de su actividad. Las embarcaciones permanecen ancladas la mayor parte del tiempo.

'Pescábamos todos los días, eso nos daba de comer. Sigue habiendo muchos peces, pero nos piden que no pesquemos y que no comamos los peces de la región', dice Wenis Alves Rodrigues, de 29 años.

El joven solo sale a navegar unos minutos por día, para recoger muestras del agua marrón que entrega a un laboratorio contratado por Vale.

'Antes, todos los pescadores nos reuníamos aquí, para hacer una parrillada después de la pesca. Ahora ya no viene nadie', agrega.

El suelo de la región se volvió negruzco, otro rastro de la contaminación provocada por la rotura del dique.

Vale, por su lado, que había perdido un cuarto de su valorización de mercado, recuperó la semana pasada en la Bolsa de Sao Paulo su nivel de antes de la catástrofe.

Y se mantuvo por encima de esa marca incluso tras perder 2,32% el martes, después de que la fiscalía de Minas Gerais acusase a su expresidente y otros ejecutivos de ese época de homicidio intencional y a la firma de crimen ambiental.