Separados de sus madres, golpeados y a veces privados de comida, los elefantes tailandeses son domesticados por la fuerza antes de ser vendidos a centros turísticos que se hacen llamar 'santuarios' para atraer a los viajeros concienciados con el maltrato animal.
En Ban Ta Klang (este) se adiestra a la mayoría de los paquidermos que acaban en estos 'centros de rescate'. Los desestabilizan para someterlos al cornaca o mahout, es decir el domador, y obligarlos a interactuar con los visitantes.
Con tal sólo dos años se separa a la cría de elefante de su madre pese a que todavía depende de ella. Lo atan, a veces lo privan de comida y con frecuencia le pegan con palos o un gancho de metal para que obedezca las órdenes.
'No los criamos para lastimarlos (...) Si no son tercos, no les hacemos nada', asegura a la AFP el cornaca Charin, mientras pide a un joven elefante que se sostenga sobre las patas traseras con un globo en la trompa.
Él entrena a los paquidermos por 350 dólares al mes, enseñándoles a pintar, a jugar al fútbol, a tocar música, lo que pidan los dueños.
'Siempre he vivido con ellos. Forman parte de nuestra familia', señala el domador cuyo abuelo y padre ya ejercían el oficio.