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Nagoro es una aldea montañosa del oeste de Japón, a más de 500 km de la capital. Un pueblo que habría caído en el olvido si no fuera por la imaginación desbordante de Tsukimi Ayano, quien fue colocando criaturas del tamaño de personas aquí y allá para ahuyentar la soledad.

'Solo somos 24 viviendo aquí y los maniquíes, 10 veces más: son unos 270', explica esta habitante de 69 años que vive sola con su padre.

La escuela cerró hace siete años por falta de profesores, recuerda. 'Ahora ya no hay niños. La persona más joven de la aldea tiene 55 años'.

Frente a una tienda abandonada, una 'familia' espera, muy abrigada, en este frío día de marzo. Y cerca de la parada de autobús, un 'padre' arrastra una carreta llena de 'niños'.

Se les ve con sus libros de texto en un colegio cerrado, en fila en la calle... en todas partes.