Michel Temer pasó tres décadas en los bastidores de la política brasileña, hasta que alcanzó el poder tras el impeachment (un mecanismo de destitución del poder)de Dilma Rousseff. Sobrevivió a casi todo, incluso a una impopularidad récord en su breve mandato, pero a los 78 años el veterano estratega ha caído víctima de las denuncias de corrupción que oscurecieron su gris presidencia.
Menos de tres meses después de salir del Palacio de Planalto, el exmandatario fue detenido el jueves en Sao Paulo a pedido de un juez de la operación anticorrupción Lava Jato en Río, adonde debería llegar escoltado al inicio de la tarde.
Era el derrumbe de uno de los corredores de fondo de los sinuosos pasillos de Brasilia, quien tras sus dos años y siete meses de presidencia se convierte en el segundo exmandatario de Brasil en ser detenido en menos de un año, tras la encarcelación el pasado abril del izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), condenado a 12 años y un mes de cárcel.
Imposible pensar algo así en 2016, cuando el hasta entonces discreto vicepresidente conservador de Rousseff se hizo con los focos al beneficiarse de su destitución por el Congreso bajo la acusación de manipular las cuentas públicas.
Pese a que su corto mandato se vio oscurecido por las denuncias de corrupción y una imagen distante que nunca llegó a conectar con una población hastiada por los escándalos y la crisis, él estaba convencido de que será recordado como el mandatario que sacó al país de la recesión económica.
En un desayuno en diciembre con corresponsales extranjeros, Temer recordó que poco después de asumir, alguien le dijo: 'Presidente, aproveche su impopularidad y haga todo lo que Brasil necesita'.
'Y así lo hice. Seré recordado como alguien que no se preocupó por el populismo, porque quien se preocupa por el populismo no hace lo que yo hice', sentenció el predecesor del ultraderechista Jair Bolsonaro.
Esa imagen, sin embargo, competía ya con la de ser el primer presidente brasileño en ejercicio en ser denunciado por un delito común. Y que llegó a batir todos los récords de impopularidad desde el fin de la dictadura militar (1964-85).
Una encuesta Ibope de diciembre señaló que dejaba el gobierno con un índice de confianza de 7%. En junio, Datafolha lo situaba en 3%.