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Tlahuelilpan amaneció este sábado sumido en angustia, luto y olor a gasolina tras la explosión de un ducto que dejó 66 muertos, en momentos en que el gobierno mexicano lucha contra el robo de combustible, que ha generado desabastecimiento.

A menos de 500 metros de este poblado de unos 20.000 habitantes, en un terreno agrícola, se localiza la zona cero. Está rodeada de militares y en la que se alcanzan a ver los cuerpos carbonizados de varias de las víctimas.

Ante la dolida mirada de familiares y especialistas forenses, los cadáveres permanecen en la postura en la que fallecieron, un visión semejante a la que dejó la explosión del Vesubio en la antigua Pompeya.

'Estamos como desde las 02h00 (08h00 GMT), antes de que llegaran los peritos (forenses), pasamos para ver si podíamos identificarlos', dice a la AFP Arturo Rufino López, de 26 años, quien espera tener noticias de un familiar que estaba en el sitio del estallido.

El ducto fue perforado la tarde del viernes por criminales dedicados al llamado 'huachicoleo', tráfico de combustible robado, delito que se ha extendido de la mano del narcotráfico dejando pérdidas anuales por más de 3.000 millones de dólares a la estatal Petróleos Mexicanos (Pemex).

'Tengo dos hermanos, uno está en el hospital militar y al otro no lo encontramos en ningún hospital y estamos esperando a ver si está aquí', dice Patricia Vázquez, de 46 años, mientras se cubre del frío con una manta.