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Para Celia es difícil ver que una de sus obras maestras es destrozada a palos durante las fiestas navideñas en México. Pero esta artesana continúa haciendo sus piñatas para preservar la tradición surgida en el siglo XVI de romper 'el mal' a través de estos coloridos objetos.

'Siento feo' al mirar cómo la gente rompe una piñata, 'pero también siento bonito que se lleven una pieza hecha por mí. Es gratificante', asegura a la AFP Celia Claudio, una sonriente artesana de 35 años, mientras vende sus creaciones en la Feria de la Piñata de Acolman de Nezahualcóyotl, en el céntrico estado de México.

Para ella, 'cada piñata es especial' y siente que le quitan 'un bebé' cada vez que las vende, pues al fabricarlas deja en ellas una parte de sí.

Con sus formas infinitas y vivos colores, las piñatas son un elemento central de las fiestas navideñas en México.

Confeccionada a partir de una olla de barro cocido adornada con papel multicolor, la piñata tradicional tiene la forma de una estrella de siete picos y su interior es colmado de frutas, caramelos y hasta pequeños juguetes.

En las 'posadas' -fiestas religiosas que se celebran en México y parte de Centroamérica durante los nueve días previos a la Navidad-, los invitados se turnan para vendarse los ojos y golpear la piñata a punta de palos hasta que su codiciado contenido cae, y entonces todo el mundo se abalanza con frenesí para obtener su parte del botín.

Un 'juguete' evangelizador

Aunque hoy en día la piñata es motivo de un alegre bullicio en las familias mexicanas, se trata de una tradición surgida en el siglo XVI que mezcla los rituales indígenas y el afán evangelizador de los Agustinos.

Esta orden de la Iglesia católica se estableció en México para convertir a los indígenas, y todavía está en pie su convento en Acolman.

En ese entonces, Acolman era tierra de acolhuas, una etnia indígena que amaba la música, cantos, danzas y representaciones teatrales. Así, los frailes decidieron evangelizarlos a través de estos medios, explica la cronista Araceli Juárez.

'El punto clave es el juguete de la piñata, que se utiliza como una manera de conversión, para enseñar lo que era el mal', dice.

Para los religiosos, el mal era llamativo, como el papel multicolor que adorna la piñata, y representaron los siete pecados capitales con cada uno de los picos de la estrella. Ellos decían que si se destruían los pecados con una fe ciega, es decir con los ojos vendados, se obtendrían los frutos de ese esfuerzo, en una metáfora de los caramelos que contienen las piñatas, explica.

Para la experta, esta tradición 'tiene muchos elementos de sincretismo' entre la doctrina católica y la cosmogonía indígena.

Por ejemplo, muchos indígenas acostumbraban romper sus cazuelas de barro cada 52 años, para marcar el fin de un ciclo y 'romper con lo viejo', dice Juárez.

'Cuna de las piñatas'

Cada año, unas 100.000 personas acuden a la Feria de la Piñata en Acolman de Nezahualcóyotl, una austera localidad en medio de un paisaje pinar.

Antiguos arcos coloniales anuncian la entrada a este poblado de unos 140.000 habitantes conocido como 'la cuna de las piñatas', donde unos 250 artesanos de 40 talleres producen hasta 40.000 piñatas anuales, que se venden en todo el país con una derrama económica de dos millones de pesos (poco más de 100.000 dólares).

Durante cinco días, la plaza principal de esta localidad -que no padece los altísimos índices de violencia por crimen organizado y feminicidios de la región- se tupe de puestos que venden piñatas de todos los tamaños y colores: desde miniaturas decorativas de 20 centímetros, hasta monumentales obras de cuatro metros, envueltas en los tonos del arcoíris.

'Me da mucha ilusión venir por la piñata para mi familia. La vamos a romper juntos el día de la cena de Navidad', comenta Joaquina Ramos, una maestra de historia en una secundaria local.