Una montaña rusa de esperanza y angustia vivían familiares de personas reportadas con vida en edificios colapsados de la capital mexicana, pese a haber pasado más de 72 horas bajo las ruinas que dejó el violento sismo de 7,1 grados del pasado martes.
Socorristas locales e internacionales desplegaban su máximo esfuerzo para encontrar supervivientes y evitar a toda costa que se sumen a la lista de los 305 muertos que deja el terremoto.
Se repetían escenas estremecedoras, como cuando decenas cantaron el himno mexicano tras concluir labores de rescate, los especialistas japoneses quitándose su casco y haciendo una reverencia ante un cadáver que recuperaron, o un voluntario que le dice jocoso a una joven que rescataron que los tendrá que invitar a cenar a todos.
El protocolo posterior a sismos marca que las posibilidades de sobrevivencia de una persona atrapada en escombros llegan a su límite a las 72 horas, pero en otros desastres la resistencia humana ha superado expectativas, como en el terremoto de 1985 que dejó más de 10.000 muertos en Ciudad de México.
Pero desde el presidente Enrique Peña Nieto hasta el alcalde de la ciudad, Miguel Mancera, las autoridades han reiterado el compromiso de prolongar el rescate hasta que se agoten las señales de vida.
En el sur de la ciudad, la confirmación de que dos mujeres están vivas bajo las ruinas de un edificio de condominios atiza la esperanza.
'Hay una mujer (...) maestra, que vive en aquel extremo del edificio y hay cuatro topos (rescatistas) ahí', dijo a periodistas Paula Martínez, una brigadista.
'¿Donde están los (rescatistas) japoneses especializados? Hay otra mujer, todavía no han tenido contacto físico con ella pero ya contacto auditivo', agregó.
Ahí, los trabajos de rescate se realizan al abrigo de una bandera mexicana que rescatistas colgaron en un árbol cercano.
Mientras tanto, en el céntrico barrio Roma, Teresa Ramírez, una bombera de 45 años, confiesa a la AFP sentirse impotente por la falta de profesionalismo que ha observado durante la emergencia.
'Gracias a Dios llegaron expertos internacionales porque ya querían meter maquinaria pesada', afirma la mujer, cuya prima, una contadora de 42 años, está atrapada en un edificio.
Rescate no para
Bajo la montaña de ruinas en la que se convirtió este edificio de siete pisos también se alberga la esperanza de hallar gente con vida.
Familiares aseguran que al menos una decena de personas permanecería en lo que fue el cuarto piso, por lo que rescatistas japoneses e israelíes llegaron a reforzar la búsqueda.
Colgado de una cuerda, un letrero rojo escrito con letras negras resume el clamor general: 'No a la maquinaria, sí a la esperanza'. Abajo se enumera a ocho personas que seguirían cautivas en el derrumbe.
Bajo custodia de policías y militares –y la mirada de decenas de periodistas– lonas y casas de campaña han sido colocadas frente al derrumbe por voluntarios para los familiares, pero casi ninguno ha dormido.
Periodistas de AFP destacados en las zonas críticas constataron que los trabajos continuaban y no se observaba presencia de máquinas para remover escombros, aunque sí presenciaron una gresca de un centenar de enfurecidos civiles que acusaban a policías de querer parar los rescates.
Socorristas locales e internacionales desplegaban su máximo esfuerzo para encontrar supervivientes y evitar a toda costa que los que quedaron bajo los escombros se sumen a la lista de los fallecidos que ya deja el terremoto.
Niños en la calle
Pese a que se han instalado casi 50 albergues, la organización Save The Children alertó que cientos de niños duermen en calles y parques públicos, en improvisadas tiendas de campaña hechas de plástico y cartón, a merced del frío y esporádicas lluvias.
Estiman que más de 100.000 niños en Ciudad de México han sido afectados o viven en áreas muy dañadas, según un comunicado.