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Me hablaron de ella, de sus luchas cotidianas, de sus admirables sueños. Es martes, el tiempo apremia y hay una historia por relatar. Una voz dulce y mesurada responde a mi saludo. —Sí, soy yo, ¿en qué le puedo ayudar? Liduis Ahumada, una plateña de 36 años —17 de diciembre de 1983— que encontró en el fútbol el escenario idóneo para darle rienda suelta a su talento, al que le invirtió horas de lectura y de clases en el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), está al otro lado de la línea. Su historia, a cuentagotas, seduce mis oídos, enamora mi pluma. 

En veinticuatro horas pisaremos el mismo escenario, ella como protagonista. En mi mente se construyen, como aguacero, imágenes del futuro encuentro. La cancha del barrio Ripoll, al sur de la ciudad, es la principal coordenada. Luego de varios minutos de naufragio por direcciones erradas, estamos frente a frente. Su voz, apacible y única referencia que reposaba en mí hasta ese instante, contrasta con el ímpetu que emite entrenando a sus pupilos o cuando el silbato llega a su boca. 

No ha sido fácil. En una sociedad acostumbrada aún a que el balón solo rueda bien si la estrategia es planificada por un hombre, Liduis se ha ganado a pulso un espacio y el respeto de sus colegas. «Existe un tabú grandísimo de otros entrenadores cuando lo ven a uno como mujer en la cancha. Al principio tuve problemas cuando mi equipo ganaba o marcaba un gol. Escuchaba groserías hacia los muchachos del equipo contrario. Sus entrenadores les decían que cómo se dejaban ganar de un equipo que era entrenado por una vieja. Es bastante complicado porque apenas se está despertando esa imagen de que una mujer también puede cumplir con esa labor. Somos pocas y contadas las que entrenamos», emite la tecnóloga en entrenamiento deportivo.