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Por Uriel Cassiani

El Parrandero sonaba sus nuevos discos, Villano salió a la puerta de su casa y los ojos de la gente eran atraídos como si fueran imanes, los árboles envidiaron su elegancia, se paseó por su gloria de barrio pobre, llegó a la Terraza del Sonero, y pidió esa nota de / mira que linda tú eres / mira / mira qué lindo son los labios que el señor / te ha dado /. Terminó esa melodía urbana, y escuchó: / Zangalewa/ / Zangalewa. Llegaba el estimulante estribillo y Villano bailaba a buen ritmo, las notas parecían escapar de la guitarra dibujada en su fraca, rasgada por Bob, la gente se embelesó con los habilidosos pases, cuando estalló aquel estribillo que venía de algún cielo cercano enloqueció el lugar, bailaban, todos bailaban, eso de... /Zamina mina/ éh, éh/ waka waka/ éh, éh/ zamina mina/ zangalewa/ ana wan a a// zamina mina/ éh, éh/ waka waka/ éh, éh/ zamina mina/ zangalewa/ ana wa a a/ Shango éh éh/ Shango éh éh. 

Era nada menos que Golden Sounds. Dio todo de sí con esa canción y vio venir a Iguano, su compinche, el que negociaba sus robos, la gente pedía a Villano quedarse, él tenía una cita con Míster Parranda en la sede del Cano. La baba de Iguano empezó a descender buscando su barbilla al verlo, Villano advirtió entre risillas:

—Se te va a salir la baba, Johnny—. Iguano recogió la saliva que mojó una de las comisuras de sus labios y su barbilla, con una toalla pequeña y no tuvo reparos en reconocer: 

—Esa pinta tuya es levanta nenas, Xasiel, ¿vas para donde Míster parranda?—, Villano confirmó, y Johnny dijo: 

—Yo también. 

En el recorrido Villano se volvió a encontrar con una niña que tenía toda la miel de los panales de abejas en los ojos. La Chechi vivía en unión libre con un hombre más peligroso que una trampa para cazar osos, Villano le soltaba sus perros amaestrados. Ella de entrada se sintió atraída por ese muchacho de rostro fileño y pelo quieto, Xasiel la había cortejado en un par de ocasiones, le confesaba que en sus ojos veía una luna en vuelo, qué piel. Labios semicarnosos como uvas seleccionadas para hacer un vino que trastorne al catador. Ella lo miraba estremecida, y justificaba su rechazo.

—Me da miedo hacérsela a Malala, Xasiel. Le pongo los cachos y me mata—.Villano siguió hablando, parecía ir en el carrusel soñado, junto a la princesa elegida, le construiría un castillo, la defendería con su lanza de corsarios y dragones, llegaron conversando a las afueras de la verbena, La Chechi vio a Goya hermano de Malala, y prefirió apartarse de Villano.

—Allá esta Goya Xasiel, es una sapa de corazón, me ve hablando con alguien y se lo cuenta a su hermano y él me coge sin misericordias a trompadas—. Lo miró, y Villano sintió que le dejaba un poco de miel en su pecho. Ella lo llamó y él regresó dándose aires con la fraca, Chechi dijo:

—Xasiel, estás bueno—. Villano con esas palabras subió al cielo que reservó Dios a los enamorados. El Parrandero estallaba una canción que no tenía competencia entre picós en el momento. La Pantera y los bailadores hacían fila en la taquilla y la puerta para entrar a la gozeta. Villano entre tanta gente levantaba la mirada para encontrar a sus pares, cada quién con su cada cual en las afueras de la verbena: Farolo y sus Águilas, El Verdugo y sus Magníficos, Sabino y sus Sony´s, Ruperto y Coca a cielo abierto. En ese momento Villano caminó hacia los suyos, quienes lo elogiaron colectivamente. Tal como lo proyectó alguna vez en su pensamiento; estaba partiendo ojos, observaban y tocaban la fina tela, apreciaban la perfecta confección.

—¡Nojoda!—, dijo Melodías —lo último en guaracha—. Farolo no tuvo problemas para desplazarse hasta donde estaba y preguntarle impresionado.

—Estás finísimo palenquero, quién te hizo ese vacile—Villano bailaba ahora una canción veloz, La Papaya. Seocas tomó la botella de ron y brindó una copa a Farolo, Farolo por la confianza pidió más.

—Doble palenquero, échalo doble—. Xasiel respondió amable a su pregunta.

—Esta nota musical la confeccionó el sastre más grande del universo, Libardo Vizcaíno, El propio Padre. Se volverían a encontrar con Farolo en la verbena. Reunieron en una sola mano el dinero de la entrada y El Chacho adquirió los tiquetes, mientras los otros hacían fila para ingresar adentro. Ubicaron dos mesas y dieciséis banquillos y realizaron la vaca habitual para comprar licor. Miraban parejas posibles, coqueteaban un poco (con licor en la cabeza es mucho más fácil sacar a bailar a las nenas). Si aceptaban las manos extendidas, iban al centro de la pista, las mejillas se buscaban, los cuerpos se pegaban, especialmente las pelvis; frote delicioso con quejidos y palabras bajitas, ahogados por el poderoso ruido del potente equipo de sonido. El Parrandero ponía en el tocadiscos lo mejor de su discoteca y en la pista los bailadores dejaban ver sus movimientos de lujos, las canciones unas tras otras que permeaban el espíritu. Verdad que la música es el lenguaje del alma. Unos levantaban las manos, otros se contorsionaban y besaban su hembra. De pronto la gente corrió despavorida. 

Un hombre batía en medio de la pista de baile, las manos, empuñando un pico de botella, amenazaba a otro, éste hacía señas para que lo calmaran, el ruido atronador de la maquina no permitía escuchar las razones de los discutientes. Ese hombre era Napito de la Bomba del Tigre. El de la botella partida la lanzó, y el pico se clavó en el brazo del Napo, quien se llevó la mano a la pretina del pantalón, desenfundó un revolver inmenso y disparó dos veces. El hombre corrió para evadir el fuego letal, tropezó con una mesa en la entrada, en las aguas residuales que corría por los bordillos del andén: cayó muerto. Su novia quiso protegerlo con su hermoso cuerpo, y recibió una bala en el brazo. El Robi y El Gordocarne, compinches de Napito, activaron armas de fuego hacía arriba, el caos 
fue total. 

Los Kool´s se mantuvieron serenos, sabían cómo comportarse cuando aparecían las armas de fuego. Farolo se ofendió por el crimen en su territorio, y enfrentó a los forajidos. Disparó en cuatro ocasiones con tiempos medidos, los forajidos respondieron. Las Águilas sacaron las garras y atacaron, los criminales huyeron. Los Kool´s salieron en medio de la muchedumbre, Leiru llevaba de la mano a Pidad Esther, a la postre madre de su primera hija. Villano aprovechó la confusión para huir con La Chechi. Goya los persiguió por unas cuadras. Sentenciaba:

—¡Sabes qué, zapeo perra!, ¡goza, que mañana lloras!—

Seocas durmió con Nelly esa hermosa noche, si así se podría llamar una noche donde vieron morir a un hombre.

* Fragmento de ‹Música para bandidos› (Pluma), de Uriel Cassiani.