Carmelina Hermosilla, la prometida, permanecería en Ayapel organizando la logística de la boda. Mientras tanto, Gabriel Eligio García Martínez, el prometido, viajaría a Barranquilla a comprar suministros imposibles de conseguir en el pueblito cienaguero. Allí se encontró con su primo Carlos Henrique Pareja, a quien le contó del matrimonio. El primo le aseguró que estaba cometiendo un error. Cómo se le ocurría casarse con apenas veinte años, eso le pasaba por dejarse llevar por el romanticismo de la poesía que tanto leía. García Martínez canceló la boda y aceptó el cargo que su primo le consiguió como telegrafista oficial de Aracataca.
Antes de posesionarse, se presentó ante el coronel retirado Nicolás Márquez, patriarca de una de las familias más importantes del pueblo. El coronel lo recibió con entusiasmo por ser un recomendado del padre Aguado, un cura afín con las ideologías del Partido Liberal (para el cual el coronel había combatido durante La Guerra de los Mil Días). Al día siguiente, el coronel lo invitó a su casa de playa en Santa Marta y allí conoció a Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la hija del coronel.
También gracias a la recomendación del padre Aguado, el cura de Aracataca lo incluyó como violinista en el coro de la iglesia. El telegrafista empezó a ser conocido por tener siempre un verso listo para elogiar a cada una de sus veinte compañeras. Con Luisa, quien no hacía parte del coro, trabó una amistad muy cercana que empezó a convertirse en algo más cuando ella tuvo que viajar fuera del pueblo, por órdenes médicas, para recuperarse de una intoxicación. Con el premio de una lotería, García Martínez compró un traje elegante y, el día del regreso de Luisa, la esperó en la estación. 'La saludé con un suave apretón de manos. Ella correspondió de la misma manera y me entregó unos dulces que me traía. No me dijo una palabra, pero en el temblor de su mano yo pude percibir que sentía algo por mí', aseguró.
Durante semanas, continuarían regalándose miradas silenciosas hasta que García Martínez le pidió matrimonio. Indecisa, debido a la fama de enamoradizo de su pretendiente, Luisa aceptó. Los Márquez Iguarán no estuvieron de acuerdo. Por un lado, los consideraban (ella de veinte, él de veinticuatro) demasiado jóvenes. Por el otro, el coronel era muy celoso de Luisa por ser su consentida después de la muerte de Margarita, su hija mayor. Las malas lenguas incluso hablaban de prejuicios de la familia hacia el telegrafista por tratarse de un «hijo natural», por su carácter de aventurero, por ser conservador, por carecer de rango aristocrático y por su piel muy morena.
A pesar de la oposición, los enamorados se enviaban recados a través del mensajero de la telegrafía o se dejaban cartas escondidas en una botica cercana. Cuando García Martínez empezó a presentarse con serenatas de violín a la puerta de la casa, el coronel decidió que solo la distancia podría separarlos. Envió a su hija, con su madre y una sirvienta, a una travesía de cuatrocientos kilómetros, a lomo de mula, hasta Santa Marta. Los jóvenes se mantuvieron en contacto a través de notas cifradas que él enviaba a los telegrafistas de los pueblos por los que sabía tendría que pasar Luisa. Meses después, cuando llegaron a Santa Marta, García Martínez las esperaba en el puerto.
Los Márquez Iguarán perdieron la batalla cuando García Martínez pidió a monseñor Pedro Espejo (amigo de la familia) que intercediera por él. Después de revisar los antecedentes y referencias del pretendiente, monseñor Espejo aseguró que no había nada que hacer: los jóvenes estaban enamorados y no habría forma de impedirles que se casaran. Lo hicieron el 11 de junio de 1926.