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En un artículo poco conocido, Un artista y su grupo, publicado en El Universal de Cartagena el 30 de diciembre de 1948, en el que elogia la labor de Alejandro Obregón al frente de la Escuela Nacional de Bellas Artes, el poeta y pintor Héctor Rojas Herazo afirma que «se impone un reconocimiento de grupo, de generación, mejor dicho, a los jóvenes que laboran en Barranquilla por darle a la ciudad un puesto de vanguardia en la brigada de la inteligencia».

Tras referirse, para refutarla, a la vieja y errónea imagen de esta ciudad ceñida de aguas y madurada al sol como «una vasta y alegre colmena bursátil», Rojas no solo destaca el tácito magisterio del dramaturgo catalán Ramón Vinyes sobre «el más interesante grupo de la nueva inteligencia colombiana» que, al compás de los tintos y las cocacolas, mastica «con deliciosa malignidad, suculentas chuletas de prójimo literario», sino que, asimismo, enumera sus integrantes –Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Álvaro Cepeda y Bernardo Restrepo Maya– señalando que estos jóvenes, vacunados contra la lagartería y los tumores de «importantitis», están «creando sin proponérselo, un inquietante clima mental en el universo juvenil de Barranquilla cruzado de cláxones, de guayaberas, de turistas y de cinematógrafos». El artículo concluye celebrando el triunfo de Obregón como «un triunfo de ese grupo de Barranquilla».

A la enumeración de Rojas habría que añadir dos nombres: el del maestro de dentro, José Félix Fuenmayor, y el de un joven cuentista entonces residente en Cartagena de Indias quien se incorporaría un año después para convertirse en el máximo representante del grupo: Gabriel García Márquez. El grupo se impuso, sin solemnidad y sin trascendentalismo (una columna de Germán de manera significativa se titulaba Nota intrascendente), la urgente labor de sincronizar las letras y los hábitos culturales nacionales con la hora contemporánea. Siguiendo el modelo vitalista de la Generación perdida estadounidense de Anderson, Faulkner, Hemingway, Saroyan, Caldwell, Dos Passos, Fitzgerald y Steinbeck, tomaron distancia del anacrónico culto de la hispanidad, el casticismo lingüístico, los modelos grecolatinos, la moral católica y el fervor patológico de la rancia retórica de los intelectuales andinos, las vacas sagradas del país oficial, ignoradas en el exterior, pero infladas a punta de periódico, con su cofradía sin sindéresis del bombo mutuo, y apoyándose en los valores populares del Caribe y en la cultura de masas (la música de los traganíqueles, el cine, los deportes y las tiras cómicas) emprendieron la renovación de la literatura colombiana encallada entonces, al parecer para siempre, en el pantano del costumbrismo trasnochado, el realismo decimonónico, la solemnidad y la pompa de la prosopopeya provinciana.

Germán Vargas cumplió un papel fundamental en la historia cultural colombiana del siglo XX, tanto con sus textos en el campo de la investigación literaria (como lo testimonia su antología de la revista Voces), la divulgación y la valoración de nuestra literatura (dispersa aún en incontables periódicos y revistas de la capital y la provincia) como en sus cargos relacionados con la prensa hablada y escrita, las artes y la televisión.