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En Cartagena hay personas que se emocionan cuando comienza la lluvia. Desde privilegiados y amplios balcones se toman grandes postales fotográficas de las gotas que caen sobre la bahía o el mar. En cambio, en algunos barrios de Cartagena la lluvia es sinónimo de muerte. Es el momento en que las pandillas salen a dirimir conflictos ancestrales, barriales o criminales.

Ni los controles gubernamentales ni la pandemia y sus restricciones han disminuido los combates que han convertido esta problemática en una de las más graves de la ciudad. Desde los barrios demandan soluciones. La coyuntura va en aumento y con ella toda la inseguridad que trae consigo. En el pasado mes de octubre, un joven de 19 años fue abatido en el barrio El Pozón y otro, de la misma edad, recibió cuatro puñaladas en el barrio Piedra de Bolívar. Sucesos ocurridos bajo aguaceros.

El problema obligó a la Alcaldía a crear una categorización de pandillas con tres jerarquías en relación con su peligrosidad y dificultad de control público. En ese programa identifican un número de agrupaciones que, según lideres sociales, dista de la realidad y el fenómeno es más numeroso y complejo de categorizar. En la actualidad se reconoce de manera oficial a 19 pandillas en Cartagena.

Domingo. El atardecer de un barrio de estrato uno en Cartagena suele estar musicalizado por salsa brava, champeta y música jíbara. En las terrazas y en las esquinas se departe con cerveza fría y dominó. La parafernalia es alegre y dicharachera hasta que cae la primera gota. Las preocupaciones de otras partes de la ciudad como recoger la ropa tendida, acá se convierte en un afanoso y trepidante ritual: correr a esconderse y cerrar ventanas y puertas.

Que la gente se apresure a guardar el equipo de sonido y las mecedoras es la antesala de otro ritual. Decenas de adolescentes y adultos tempranos irrumpen en callejones, canchas, parques y lomas con cuchillos, varillas, palos, botellas, armas artesanales y revólveres oxidados, ya que las piedras se recogen a la carta sobre las calles sin pavimentar.

Una botella que, minutos antes, tenía cerveza y era el centro de la pernicia, ahora es lanzada directo a una cabeza. La música tropical da paso a gritos ofensivos y provocadores, y al sonido hueco de las rocas sobre la integridad humana o al ruido acuoso cuando caen sobre un charco ocre y fangoso.

Los enfrentamientos pluviales entre pandilleros que se libran en todos los barrios pobres de Cartagena ya hacen parte de la tradición popular. Pero ni los espectadores o vecinos de las riñas se acostumbran a ello. La violencia no respeta niños ni ancianos. Las piedras rompen vidrios y maltratan enseres, y más de una bala perdida ha matado a alguien que se escondía bajo una cama.

El ritual típico dura minutos, deja heridos, muertos y destrozos, sin embargo, hay controversia sobre sus causas o motivaciones.