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Aquel día Edgard Gómez volvió a ser feliz. Eran las 12:30 de la tarde cuando él por fin regresó. Edgard volvió a su casa luego de haber estado 25 días en una clínica de Riohacha, La Guajira, combatiendo con el virus más temido de 2020: la Covid-19. Una enfermedad que para aquel 25 de octubre había acabado con la vida de 390 personas en el departamento del norte de Colombia.

Al bajarse del carro, una lluvia de aplausos tomó su terraza.

- ¡Bienvenido señor Edgard!, gritaron sus vecinos.

- ¡Bienvenido tío!, gritaron sus sobrinos.

- ¡Bienvenido papi!, gritaron sus hijos.

- ¡Bienvenido Edgard!, gritaron sus hermanos y esposa.

Todos al unísono le daban la bienvenida. Y claro, Dante, su compañero fiel, no pasó desapercibido ante tal acontecimiento y le dio la bienvenida con un fuerte ladrido.

Acompañado de su familia y a paso lento, subió a su cuarto. Habló unos pocos minutos y se despidió de todos. Hilda, su esposa, salió del cuarto para buscar su almuerzo. Edgard un poco cansado, se recostó en el espaldar de su cama. Cerró los ojos y recordó aquel acontecimiento, que, según sus hijos y esposa, le ayudó a ganarle la batalla al coronavirus.

Octubre fue un mes largo para él. Edgard ingresó el primero a la Clínica Cedes de Riohacha por una pulmonía que le había producido la Covid-19 luego de contagiarse. Luego de varios días en la Unidad de Cuidados Intermedios, Edgard sería trasladado a cuidados intensivos. Un examen de tórax determinó que su pulmonía se había complicado. Él no sentía dolor en ningún lado, pero sus pulmones seguían inflamados por el virus y no podía respirar muy bien por sí mismo. Además, sus 120 kg no ayudaban en el proceso de recuperación.

El 3 de octubre fue trasladado a UCI. Edgard recuerda que sintió escalofríos, al mismo tiempo, el miedo y los nervios invadieron su cuerpo. Pero a pesar de haber recibido mensajes de ánimo de todos sus familiares por WhatsApp, él no lograba tranquilizarse. Quizás porque sabía que si entraba en aquella habitación oscura de cuidados intensivos, muy probablemente no volvería a salir. Los médicos notaron el miedo y la ansiedad de su paciente cuando entró al lugar y lo sedaron.

Pasaron cuatro días y tres noches y Edgard no lo supo. Muchas horas del día estaba sedado. Él no sabía cuando amanecía o se ocultaba el sol. En aquella habitación estaba solo. El sonido del respirador y del monitor cardiaco eran su compañía. Solo recuperaba la noción del tiempo cuando recibía sus comidas o escuchaba la emisión del noticiero de RCN o Caracol del televisor que estaba en el pasillo. Pero a pesar de eso, estaba inquieto en todo momento. Durante esos días, las noticias sólo confirmaban la muerte de más personas a raíz de la Covid-19. Para esa fecha 27.180 personas habían perdido la vida por el coronavirus. Por eso, el miedo y la preocupación de no poder superar la enfermedad lo agobiaba.

Aquella noche del 7 de octubre, mientras estaba despierto, escuchando la última emisión de Noticias Caracol, él comenzó a sentirse mareado. Cerró los ojos y durmió un rato. Se despertó. Desorientado por el tiempo, buscó la forma de conseguir la hora. Una enfermera pasaba justo en ese momento por el pasillo y la llamó. La enfermera atendió al llamado e ingresó a la habitación.

-Mi reina, ¿qué hora es?- preguntó él con dificultad debido a la mascarilla del respirador.

-Las 12:30 de la madrugada- respondió la mujer.

- Gracias- contestó.

La enfermera abrió la puerta y salió de la habitación.

Edgard recuerda que no habían pasado ni siquiera 5 minutos, cuando entraron 5 médicos al cuarto. Todos vestidos igual. Con un traje blanco antifluidos que los cubría de pies a cabeza, dos tapabocas quirúrgicos, gafas de pasta, un gorro y una bata. Todo del mismo color: blanco. Él no sabía si eran especialistas, internistas o médicos generales, lo único que tenía claro era que estaban ahí para valorarlo.

Luego de la valoración, los médicos se alejaron y empezaron a conversar. Por su parte, Edgard se dio cuenta de que detrás de los doctores estaba una enfermera que lo miraba fijamente. Él la miró detenidamente. Luego, ella se acercó a su cama y comenzó a sobar suavemente su brazo.

-Creo que lo van a entubar, pero no debes dejar que lo hagan- le comentó ella.

-¿Por qué?- preguntó Edgard impresionado.

-Sus pulmones aún siguen demasiado inflamados y además su cuerpo está muy descompensado, pero creo que puede recuperarse sin necesidad de recurrir a eso- le explicó.

- ¿Pero qué puedo hacer para que no me entuben?- dijo él.

-Sólo debe quedarse tranquilo. Trate de descansar y no sea terco. Usted es fuerte. Ví a un señor más gordo que usted superar la enfermedad. Tenga fe, que con la ayuda de Dios todo saldrá bien- sentenció la enfermera.

La enfermera salió de la habitación, mientras los médicos en su reporte indicaban que el paciente presentaba riesgo de muerte, pero claro, Edgard no lo sabía. Los doctores salieron de la habitación y apagaron las luces.

Al día siguiente, después de desayunar, Edgard llamó a su esposa y le contó lo que le sucedió durante la madrugada. Ella le comenta que durante esa madrugada tuvo una pesadilla. 'Ahora que dices eso, Edgard, yo tuve una pesadilla como a esa hora. De lo que más me acuerdo es que tú morías. Cuando me desperté saqué un rosario y comencé a rezar'.

Los días pasaron y Edgard se fue recuperando. Él recuerda que durante muchos días estuvo preguntando por la enfermera que ese día habló con él, pero ningún médico y enfermera le dio razón de ella. Tanto así que nadie recuerda haber visto una enfermera esa noche en ese pasillo. Ni siquiera estaba en los registros que una enfermera estuviera de guardia en ese piso.

'Toma tu almuerzo Edgard', dijo Hilda. 'Gracias', respondió. Edgard devoró su almuerzo en cinco minutos. Se tomó su jugo de tomate de árbol y se recostó otro rato. Cerró los ojos nuevamente y trató de recordar la voz de la enfermera. Pero se da por vencido. Segundos después reflexiona y cree que esa noche fue el punto de quiebre en su lucha contra la Covid-19. Muchos murieron esa noche, pero él logró sobreponerse a la situación y salir adelante.

Hilda, que está sentada del otro lado de la cama, lo mira fijamente pensando que se durmió. Edgard abre los ojos un poco agitado y sorprendido. Por fin logró recordar la voz. Sin titubeos y con gran firmeza le dice a su esposa: '¡Jueputa Hilda era la misma persona!'. '¿Quién?', preguntó ella. 'La enfermera', respondió él.