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Lo atisbó de pies a cabeza.

– ¡Tienes que ponerte el disfraz! –le dijo el mánager al joven artista en la puerta de su residencia, en un barrio popular de Barranquilla.

Ante la primera presentación en público, en una discoteca del norte de la ciudad, estaban expectantes.

El mánager había logrado que uno de los dueños de la discoteca permitiera que su joya y representado tuviera el debut, en medio de un cartel de voces corales de vallenatos, y con dos canciones del género champeta.

El artista se negaba a la petición de su mánager. No entendía por qué cambiar a última hora su jean deshilachado, suéter, tenis y gorra con la visera a medio lado.

–Acaso voy para un quinceañero –dijo el joven.

–Estamos construyendo un personaje, un artista elegante –respondió el mánager.

El joven artista replicó e insistía en defender su imagen. Lo que sentía.

–Soy moderno, joven, es lo que canto para mi público –replicó el artista.

–Entiende, el disfraz será por lo que te identifiquen a futuro –dijo el mánager.

Bajó la cabeza y refunfuñando aceptó cambiarse; entró a la casa y luego salió vestido de una chaqueta azul, jean, camisa negra ajustada al torso y gafas de sol.

Desde aquel momento, cuando el mánager dice 'ponte el disfraz' (que no lo es) se activa la imagen de Óscar Prince, en el género champeta en Colombia.