Todo, absolutamente todo, es extraño. Desde que uno se baja del carro que lo lleva al estadio Metropolitano, empieza a encontrarse con una realidad totalmente opuesta a la que se suele vivir cuando Junior juega en su casa.
No existe tráfico ni abundantes policías vigilando. No hay música a alto volumen en las tiendas, billares y bares en las cuales algunos fieles rojiblancos empuñan una cerveza, pronostican el marcador, discuten sobre la mejor alineación, ‘arreglan el mundo’ y se sumergen en el ‘mamagallismo’ antes de ingresar al escenario.
Las calles contiguas al ‘Metro’ no están inundadas de camisetas rojiblancas. La caminata hasta la puerta de ingreso no va acompañada de los incesantes estribillos de los revendedores: 'Compro boleta que sobre', 'Tengo sur y occidental'. No choca el cuchillo contra la ponchera de butifarra, nadie ofrece un pan de yuca o un mango verde.
Es jueves. Juegan Junior y Unión La Calera por los octavos de final de la Copa Sudamericana. La novedad es que por primera vez desde que se reanudó el fútbol en medio de la pandemia, los periodistas de medios diferentes a los dueños de los derechos de televisión, podrán acceder.