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Sentada en la grama, con las rodillas recogidas a la altura de su pecho y abrazada a sus piernas permanecía la argentina Camila Gallea. La causa, cuenta, un malestar estomacal que la torturaba desde que estaba en el bus que la llevó en la mañana a la cancha de fútbol de Combarranquilla - sede Solinilla.

Las demás ‘tiburonas’, apodo con el que se conocen a las jugadoras del equipo femenino del Junior, se vendaban los tobillos, se embarrutaban el rostro de bloqueador y se amarraban los guayos para empezar a entrenar.

—¿Qué es lo más difícil de ser futbolista siendo mujer? —pregunté al aire antes de que sonara el silbato del preparador físico del equipo, el profe Juan José Ordóñez, para iniciar el entrenamiento.

—Levantarse temprano —respondió somnolienta la volante barranquillera Kelis Peduzine.

Sí, probablemente una mujer atiborrada de prejuicios y estereotipos banales esperaría una respuesta distinta, pero lo cierto es que a estas jugadoras del Junior el tener que hacer trabajo físico ‘en sus días en rojo’, restringir las salidas o entrenar sábado y domingo de carnaval no es lo que les preocupa.

A las 9:11 a.m. sonó el pitazo, orden que no pudo acatar la costarricense Cristin Granados, lesionada por una distensión de ligamento interno en una de sus piernas, que en palabras sencillas equivale a un esguince de rodilla.

Estaba sentada en unas gradas, a unos pocos metros de la cancha y hambrienta de juego. Solo bastó con un saludo para que aquella delantera, de brazo tatuado y tez morena se despachara a hablar, como si el espíritu costeño la hubiese poseído.

'Hoy que no puedo jugar, el entrenamiento ha estado muy dinámico, muy bonito ‘mae', dijo mientras observaba fijamente a sus compañeras que brillaban por el sudor que causaban los trabajos explosivos y de definición creados por el profe Ordóñez.