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En los últimos días, Luka Modric y Kevin de Bruyne, anunciaron su adiós del Real Madrid y el Manchester City, los clubes en los que desplegaron sus grandes cualidades y ayudaron a llenar de trofeos sus vitrinas por más de una década.

La depurada técnica y acertada comprensión del juego de ambos los catapultó a la primera fila entre los mejores futbolistas del siglo 21. Modric lo logró desde su fútbol limpio, cerebral, con una mezcla perfecta entre laboriosidad y creatividad. Dualidad especial que lo convirtió en un indispensable para el técnico y un preferido por los hinchas. Con la estética de lo simple gobernó su feudo que era toda la cancha.

El plan de vuelo del Real Madrid y de la selección de Croacia lo diseñaba Modric: cuándo, cómo y hacia dónde debía ir el balón lo decidía el menudo y ágil mediocampista. En algún recodo de su cerebro está el libro con las instrucciones de cómo se juega al fútbol para que mi equipo juegue mejor.

De Bruyne tuvo un mayor punto de ambición por el gol, el de él y sobre todo el de su compañero. Como Modric, es cerebral y colectivo. Con la calidad y el pase gol de los volantes más ofensivos, y con el gregarismo de los volantes más defensivos. Con el talento de los que dibujan ‘pases futuristas’, esos que van al lugar en el que el compañero va a estar dos segundos después.

Como una suerte de aspersor, De Bruyne riega el terreno de juego con sus pases, de todas las formas, todas las velocidades y ‘magnética exactitud’. Modric y De Bruyne, dos fabulosos jugadores que entendieron y demostraron la esencia colectiva de este juego. Que asombraron al planeta fútbol no solo con su luz, sino porque ayudaron a encender las de sus compañeros.