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Una pelota sin aire le observaba desde la zona de saque. Irónico fue cómo se quedó sin motivación, desinflada en el rincón, entre los tiempos muertos del juego. Parecía agradecida luego de ser recogida y puesta en la cesta por una pequeña de 10 años que dudaba de su utilidad '¿de qué me sirve un balón triste y sin sueños?', pensó.