De naranja, irreconocible en su aspecto, superado por agresividad e intensidad, conformista reincidente en la Liga de Campeones, el Atlético de Madrid disparó las alertas, doblegado 2-0 por el Brujas, por un incontestable Ferran Jutglà y, sobre todo, por sí mismo, encomendado a tres victorias en las últimas tres jornadas de la fase de grupos para creer no sólo en la primera posición, sino también para sentirse seguro de su pase a los octavos de final, del que no es ni favorito ni nada que se lo parezca.
Otra vez, el equipo rojiblanco está al límite. Y por su propia responsabilidad. En el plan contemplativo de Simeone, como en Leverkusen, el Atlético empezó la deriva hacia un naufragio predecible e inevitable, cuyas consecuencias dependerán de todo lo que suceda en las tres restantes citas, bajo la presión y entre el ruido del golpetazo sufrido en Brujas, que lo aventaja en seis puntos con nueve por jugarse. Atlético, Oporto y Leverkusen tienen tres.
No hay matices. Diego Simeone, sobre todo, pero también el equipo salen malparados de la noche de Brujas. Y no hay excusa. No vale con el lamento de la ocasión fallada con 0-0 por Morata. Ni con el penalti, ya con 2-0 en contra, que falló Griezmann. El Atlético reincidió. Su especulación inicial, tan dañina otras tantas veces, tan insistente últimamente, tan recurrente cuando suena el himno de la Liga de Campeones en los oídos de Simeone, fue una concesión inasumible cuando te juegas tanto en una competición tan exigente. No perdona. Lo sabe más que nadie el conjunto rojiblanco. Y lo atemoriza. Demasiado. No es casualidad que el Atlético sólo haya ganado nueve de sus últimos 27 compromisos en la máxima competición continental. Ni tampoco que haya perdido 13. Casi la mitad.
Ni siquiera la reaparición en el once de Griezmann le instó a Simeone a una perspectiva más ofensiva del encuentro. En los tiempos tan medidos del atacante, tan selectivos, por el pulso que mantiene el Atlético con el Barcelona para rebajar la opción de compra, ya son dos de los últimos encuentros los que el atacante francés ha partido de titular, cuando no lo había hecho en los siete anteriores. Algo ha cambiado en su situación, quizá la negociación entre clubes, o era tan importante el encuentro a ojos de Simeone -y ahí está el pecado de su planteamiento- como para darle recorrido al '8' más allá de la media hora a la que estaba limitado. No le bastó a su equipo.
El Atlético necesita a Griezmann. Pero también ser un equipo muchísimo más voraz, más creíble, de lo que fue en Brujas. Más allá de la convicción con la que se expresó el equipo el pasado sábado en Sevilla, también con el matiz de que su rival evidenció su decadencia, el conjunto rojiblanco tiene un plus de fútbol, combinación, lectura y clarividencia ofensiva cuando dispone de 'El Principito' sobre el terreno de juego. Ya no es el goleador que explotó a las órdenes de Simeone, ahora es un futbolista, incluso con apariencia de centrocampista por momentos, que maneja los tiempos, el pase y la transición. Y aún tiene mucho fútbol.
Es la solución más visible del Atlético. Lo fue cuando peor apareció el equipo rojiblanco, que se deshizo con descaro de la posesión, se la entregó a su oponente, al que apenas detectó al principio, y lo aguardó en su territorio tanto como lo sufrió en la puesta en escena, porque Reinildo, siempre un seguro, no se enteró apenas de nada al principio, superado una y otra vez por Buchanan, que también desbordó a unos cuantos más a lo largo de todo el choque; porque el resto siempre llegaron tarde a cada lance y porque el fútbol también es agresividad, intensidad, tensión, orden... Y en eso también ganó, de sobra, el Brujas.
Cierto que entonces, al inicio, en tal panorama, más inducido por el plan de Simeone que por la propia dinámica del encuentro, mucho más expectante para ver qué era capaz de hacer el Brujas que proactivo en demostrar todo lo que puede hacer él mismo, el Atlético percibió apuros, tanto como que las únicas ocasiones de ese momento fueron para el Atlético: una de Yannick Carrasco, que se nubla últimamente cada vez que enfila la parte más determinante del fútbol, el área, y el golpeo a portería, y otra para Griezmann, que también había intervenido en la anterior, que palmeó Mignolet a saque de esquina.
Ya había sobrepasado el partido el cuarto de hora. También había atravesado la primera tempestad (luego hubo varias más) de los primeros minutos para el Atlético, que, instante a instante, metro a metro, afianzó su repliegue y destapó su contragolpe... Un ratito. Nada del otro mundo, pero mucho más que antes, hasta el punto de que Morata se plantó frente a frente ante el portero local, que se impuso en el duelo ante el delantero, al que se interpuso para sostener el 0-0. Aún lo lamentará el '19' y el equipo. No vale tampoco como coartada.
Es el Atlético, en cualquier caso, un equipo actualmente imprevisible, cuya fiabilidad es pasajera. Se mueve en el alambre. Sin ambición, sin agresividad, es un conjunto bajo sospecha, al que le discute cualquiera. En la anterior jornada europea, el Bayer Leverkusen, que entonces no había ganado a casi nadie; en ésta, el Brujas, que es un buen bloque, riguroso, con potencia, preciso, pero también inferior al conjunto rojiblanco en condiciones naturales, cuando se entienden tales como un Atlético que presiona, es intenso y ofensivo.
No lo fue del todo el grupo hoy naranja -el color de su tercera equipación-, al que también le faltó la tensión y la intensidad defensiva de otros tiempos. La forma con la que Ferran Jutglà fue inalcanzable para todos los de su alrededor puso en evidencia al Atlético. A Savic y a Giménez. También a Nahuel Molina. Y a Correa -había reemplazado al lesionado Marcos Llorente en el minuto 32-. Como si fuera un entrenamiento, el delantero español se plantó en el área y cedió a Kamal Sowah, completamente solo para empujar el 1-0 (m. 36).
Fuera de combate también Giménez -reaparecido el pasado sábado contra el Sevilla tras tres encuentros de baja, cambiado al intermedio por Kondogbia y retrasado al centro de la defensa Axel Witsel-, el Atlético necesitó otro susto para espabilar a la vuelta del vestuario, salvado momentáneamente del fiasco más absoluto por Jan Oblak, cuya asombrosa mano izquierda repelió el remate de Jutglà que habría sido probablemente el 2-0 de no haberse cruzado contra uno de los mejores porteros del mundo. El centro lo puso Buchanan, que fue una pesadilla todo el partido para la defensa del equipo madrileño.
Entonces, el Atlético despertó un momento. En cuanto apretó el acelerador, en tres minutos, dispuso de un derechazo de Carrasco, de una pared entre Correa y Griezmann culminada por el delantero francés y de un volumen de juego en el campo contrario que no había conocido en todo el recorrido precedente por el partido, hasta que Ferran Jutglà, a la hora del duelo, sentenció el choque con la derecha, dentro del área, entre la secuencia de concesiones y desatenciones del equipo visitante, con un penalti al larguero después de Griezmann, con Joao Félix sólo para 10 minutos y de nuevo al límite en la 'Champions'.