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El dinero no alcanzaba y a María Paula Rendón le urgía asegurar el ingreso mensual. Su amor por patear una pelota se estrelló con una pared que no vislumbró en el camino: la precariedad laboral del fútbol femenino en Colombia.

El sueño de la niña que empezó a gritar goles en canchas de Leticia, en la Amazonía colombiana, está en 'stand by'. Rendón debutó profesionalmente en 2017 con el Deportivo Pasto, pero ahora trabaja como cajera en un almacén de cadena en Medellín.

'Decidí renunciar a la liga porque era una liga muy corta, de aproximadamente tres meses, los (futbolistas de los) equipos que no pasaban a la siguiente ronda o no clasificaban se les terminaba el contrato', dice a la AFP.

Las rojiazules del sur fueron últimas de su grupo aquel año, el primero en el que se jugó la competición femenina en Colombia. Debutaron el 17 de febrero y el 7 de mayo ya habían dejado de pelear tras caer en primera fase. 

Aunque no anotó, Rendón disputó nueve de diez partidos. Como decenas, la delantera quedó en el aire y con ello sus ingresos mensuales de unos 294 dólares, con los que rentaba una habitación de dos camas que compartía con un par de compañeras.

El siguiente campeonato comenzó en febrero de 2018. Recibió el llamado de un club de la zona cafetera que le prometía el salario mínimo legal (unos 230 dólares al cambio actual). Las cuentas no le daban y se empleó como mesera en Medellín.

Y este año otro elenco del centro del país la contactó para probarse durante dos semanas. Nunca mencionaron el sueldo, pero le recalcaron que el sostenimiento esos días correría por su cuenta. 

'Es algo que, pues, en realidad, no me puedo costear', señala Rendón (24 años) en medio de afiches de su paso por el Pasto que decoran las paredes de su habitación. 'Yo sí tuve mucho el apoyo de mi mamá, pero la economía está tan dura que yo ya tengo que velar por lo mío'.