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Por Salomón Asmar Soto
Twitter: @heybarro

Una piscina olímpica tiene ocho carriles; líneas rectas que parecen monótonas, encasilladas y uniformes. Para el ojo de un espectador despreocupado, en la plataforma de la número tres hay un nadador más; otro competidor que intentará consagrar el trabajo de años, de sueños y planes, en apenas centésimas de segundo.

En la zona lateral de la piscina hay otro par de ojos. La mirada de una madre devota que grita de emoción al ver a su hijo a punto de clavarse en el agua. A su lado, el padre observa analítico, con una emoción más controlada. Ambos estallan de júbilo cuando su pequeño da las primeras brazadas en el agua. 

Sebastián Romero se sumergió con gracia en el agua del complejo acuático Eduardo Movilla de Barranquilla. A sus 13 años, este nadador bogotano lleva liviano el peso de más de 30 medallas ganadas. Poco le importa si son de oro, plata o bronce. Para él, un nadador apasionado con síndrome de down, no hay diferencia cuando lo importante es competir.

'Hay que apuntarle a la luna para llegar a las estrellas', me contó María, su madre, minutos antes de que Sebastián se lanzara al agua. La familia llegó a Barranquilla el pasado jueves para competir en los Juegos Supérate 2018, que arrancaron en la ciudad el 16 de noviembre. Para ellos, la victoria no se traduce en podios o medallas, sino en acompañar a su hijo en otro paso hacia un sueño sencillo: seguir nadando.

Intrépido y valiente desde muy pequeño, Sebastián se lanzó por primera vez a una piscina cuando tenía tres años. Una década después, todavía con muchos retos en el horizonte, llegó a las olimpiadas intercolegiales a seguir haciendo lo que más disfruta.