Caras de angustias y dolor. La necesidad se palpa en la carretera. Todos caminan apresurados en medio de largas filas. El fuerte sol de la 1 de la tarde es lo de menos cuando se trata de buscar un lugar para cruzar al otro lado del puente. Al aterrizar ayer en Cúcuta, procedente de Barranquilla, con escala en Bogotá, lo primero que me advierte el taxista es que tome todas las medidas de seguridad posibles.
'Mucho ojo con la maletas. En la frontera hay muchos que por necesidad se ven tentados a hacer cosas malas', dice Óscar Ibáñez mientras aprieta fuerte el volante y no deja de darnos recomendaciones a las tres personas que lo acompañamos.
A pocos metros de llegar al puente Simón Bolívar, que divide a la capital de Norte de Santander y San Antonio del Táchira (Venezuela), se percibe un ambiente tenso. La multitud se aglomera en migración Colombia. La fila avanza poco y el que ve un espacio se cuela para ser atendido.
La frontera entre Venezuela y Colombia en esa zona refleja buena parte de la situación política que tiene dividido al país vecino. Se nota a leguas que no son días de sosiego en el punto limítrofe. La tristeza le gana a la alegría, la desesperanza derrota al optimismo.
La espera de los tres periodistas que hemos llegado a sellar nuestro pasaporte no tarda más de 10 minutos. Uno de los funcionarios nos da el privilegio de ser atendidos porque reconoce que somos comunicadores y que vamos a ir a cubrir el partido de la Selección Colombia ante Venezuela, el próximo jueves en San Cristóbal.
Las caras de inconformidad no tardan en aparecer. Personas que llevan más de cinco horas aguardado por sellar su pasaporte hacen gestos y nos miran raro.
Mientras prosigue el recorrido, se percibe mucho más la incertidumbre. No hay banderas de Colombia, camisetas amarillas y ambiente de partido de eliminatoria este martes de agosto. Evidentemente hay cosas más importantes que el fútbol.
Antes de cruzar el puente, uno se puede topar con todo. Con las personas que agitan los fajos de bolívares para cambiárselos a las que van a territorio venezolano. La venta de gasolina ambulante también aparece. 'El galón vale 6.000 pesos', apunta el taxista. 'Todo esto antes eran trochas. Por aquí muchos contrabandeaban, pero la guardia venezolana y los policías colombianos han tomado control de la situación', añade.
Los que van de Colombia a Venezuela tratan de camuflar la comida, utilizan maletas amplias, algunos logran evadir los esquemas de seguridad, pero otros tiene que regresarse tristes, casi que llorando porque no pueden llevar los alimentos. 'Llevo algunas pastas, algo de granos y otros alimentos para algunos familiares, pero no pude pasar', dice desanimado y sudoroso un señor que intentó hacer caso omiso al llamado de los miembros de la Policía, que tuvieron que elevar el tono de su voz para controlar al hombre.
La otra cara de la moneda la viven los que salen de Venezuela. A Colombia llegan cansados de la falta de oportunidades y porque ya no aguantan más la situación que están padeciendo. Los jóvenes se ven truncados por sus deseos de estudiar y ante el cierre de entidades académicas, no tienen de otra que armar sus maletas emprender camino a Cúcuta.
'Yo soy estudiante de una universidad pública y allá las más importantes están cerradas y los jóvenes no podemos estudiar. Al mismo tiempo somos objetivo de los militares de Venezuela porque nada más por llevar un bolso, nos veían con mala cara o nos atacaban, las mismas personas que juraban protegernos. Después de la decisión de la Constituyente la situación está calmada, pero no porque sea la mejor decisión sino porque todos tenemos miedo', sostuvo con angustia Daniel López.
Daniel llegó a Cúcuta en compañía de su mamá, quien no pudo evitar las lágrimas mientras su hijo relataba lo que sucedía. 'Hay mucha hambre y escasez. La gente cada día está más flaca. Conocí a una muchacha, que vivía en el campo, y solo les daba yuca a los niños. Ella dejó de comer para darles a sus niños y se le partieron las paredes del estómago. Allá el pollo y la carne están por las nubes, no hay pastas. Un cartón de huevos vale casi 30 mil bolívares', apunta Marisol Rodríguez.
En un rincón del puente, una madre consuela a su pequeña de unos tres años de edad, la bebé le pide comida y ella solo llora porque no tiene como suplir la necesidad de su hija.
El gran paso
Reconozco que viajé a Venezuela en medio de un nerviosismo por todo lo que se vivía y se decía. Muchos periodistas se abstuvieron de ir cubrir el partido por la situación política y por la visa de trabajo que estaba exigiendo el gobierno venezolano para el cubrimiento del juego.
Mis angustias se fueron acabando mientras avanzaba y veía que ningún guardia se me acercaba a ponerme inconvenientes. Estaba sorprendido y con temor, me habían advertido que no sacara cámaras o celulares, pero pude captar algunas imágenes de la entrada a Venezuela. Al final nadie me requisó y ni siquiera me di cuenta que ya estaba en San Antonio.
'Señor lo llevo hasta San Cristóbal', me preguntó varias veces con insistencia un sujeto de lentes oscuros mientras detallaba el panorama con algo de asombro.
El cruce de la frontera no fue tan traumático como me lo pintaron, pero lo que rodea la división de Cúcuta y San Antonio sí es doloroso. A simple vista se percibe la necesidad de la gente que hasta llora por un bocado de comida.