La final de la Eurocopa 2016 no la decidió el portugués Cristiano Ronaldo, quien salió del partido entre las lágrimas en el minuto 25, ni el francés Antoine Griezmann, sino el luso Éder, el protagonista inesperado que entró al campo en el minuto 79 y en la historia de su país en el 109 con el gol decisivo en la prórroga.
Mientras todos los focos apuntaban a las dos estrellas del fútbol europeo, el nombre del encuentro fue un delantero que no había tenido minutos ni en los octavos de final ni en los cuartos ni en las semifinales, que su única participación en el torneo habían sido trece minutos, seis ante Islandia y siete contra Austria. Nada más.
Éder, de 28 años, con 29 choques y cuatro goles, incluido hoy, como internacional con Portugal desde su debut el 11 de septiembre de 2012, que juega desde enero en el Lille de Francia, el lugar donde pasará a los libros de historia de su selección, por primera vez campeona de Europa.
En el minuto 109, después de un par de maniobras, lejos del área y con un latigazo raso, con la derecha, que batió a Hugo Lloris y que decidió la final de la Eurocopa 2016, que cambió las lágrimas de tristeza y dolor de Cristiano, cuando se marchó lesionado en el minuto 25 del choque, por la alegría y la emoción del minuto 120.
Había sido, hasta ese momento, la imagen de la final. En el marcador de Saint Denis, 0-0; minuto 16 y 20 segundos. Cristiano, dolido en la rodilla izquierda de la falta -no señalada- que había sufrido ocho minutos antes de Dimitri Payet en el medio campo, se quedó tendido en el suelo. Lloró. Un mal indicio para Portugal.
Lo notaron sus aficionados en el estadio, que observaron la escena con gestos de tensión y preocupación; sus compañeros, que corrieron veloces a consolar a su estrella; y su entrenador, Fernando Santos, que ordenó calentar a Ricardo Quaresma. Un minuto y medio después, 17:51, Cristiano se va a la banda para ser atendido.
Calmantes, vendaje, tratamiento... y vuelta al campo en el 19:53. El astro luso se reincorpora al partido, pero otra jugada, tres minutos y medio después, en el 22:20, desata definitivamente las alarmas: recibe y conduce el balón en tres cuartos para un contragolpe, pero cojea levemente y suelta la pelota de inmediato.
Él prosigue su carrera, pero sabe que algo va mal, que su dolor en la rodilla izquierda no le permite seguir. No puede. Minuto 22:58. Llora de nuevo. Entre sus lágrimas, el árbitro, Mark Clattenburg, le pregunta. También Nani, al que coloca el brazalete de capitán, mientras Fernando Santos gesticula si le cambia o no.
Tirado primero, sentado después, sobre el césped, Cristiano ya asume su lesión. Tumbado ya en la camilla, su ya desconsolado llanto acompaña el trayecto directo hacia el vestuario, como también los aplausos de los 80.000 espectadores en el estadio de Saint Denis. Era el minuto 24 y 35 segundos cuando la final terminó para él.
61 partidos y 57 goles después en esta temporada, en el partido más importante de su carrera con la selección, una lesión le apartó del duelo que había perseguido y anhelado desde 2004, desde que jugó y perdió la final de la Eurocopa 2004 contra Grecia. Cristiano, sin final en 25 minutos, después de tocar apenas ocho balones.
Portugal, sin su goleador, sin su mejor futbolista, quizá sin más de medio equipo. Y enfrente Francia y Antoine Griezmann, el mejor goleador de la actual edición de la Eurocopa con seis goles, el motor ofensivo de la selección gala, el jugador que protagonizó muchas de las ocasiones de su equipo en la final.
Entre la intermitencia, el fútbol plano y previsible de su conjunto, entre las precauciones de ambos equipos, en una final con poca luz, los únicos destellos los dio Griezmann. Un cabezazo en el minuto 10, al que voló Rui Patricio para despejarlo a córner, un tiro centrado allá por el 57 y otro testarazo claro en el 65.
Hasta todo el balón parado lo botó el delantero del Atlético de Madrid, desde las esquinas y desde cada sector del campo contrario, e incluso por momentos bajó al medio campo para ayudar a crear juego, a la transición hacia el ataque. Ni así evitó la prórroga, con Griezmann, en el campo; con Cristiano, vendado en el banquillo, animando a sus compañeros... y con Éder como protagonista decisivo.