El británico Chris Froom ganó ayer su segundo Tour de Francia, pero pese a su humildad, simpatía y accesibilidad, no logró conquistar a las masas, que le mostraron su animadversión con insultos, abucheos y agresiones a lo largo de las tres semanas de competición.
El ciclista nacido en Kenia, criado en Sudáfrica pero que reivindica su condición de británico, paga con su victoria la imagen de superioridad que ejerce su equipo, el Sky, que con sus métodos modernos y sofisticados ha dado la vuelta a tradiciones muy afincadas en el pelotón.
Froome ofrece la imagen de un ciclista demasiado robotizado, programado para ganar, en ocasiones inhumano, alejado del referente que busca el público, de la épica que persigue el ciclismo, del sufrimiento y la emoción.
Su pedaleo desgarbado, sus ojos mirando el monitor de su manillar, han convertido a Froome en un ciclista frío, un arquetipo que el británico se esfuerza en combatir.