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En sus 94 años de vida Nereo López nunca dejó de moverse. Nada más en Nueva York, donde llegó a vivir a los 80 con su afán y curiosidad de trotamundos, solía recorrer las calles, los museos y galerías, frecuentar bares de jazz, hacer fotos experimentales con una cámara aferrada a la rodilla, regresar a solas a su apartamento en horas de la madrugada después de una reunión o festejo decembrino, sin saber inglés o con el escaso inglés que aprendió en un curso que tomó poco antes de irse.

El 2000 fue el año de ese viaje que para su hija Liza López Olivella y quienes lo conocieron aún continúa, y a perpetuidad. Los restos del fotógrafo nacido el 1 de septiembre de 1920 en el barrio San Diego de Cartagena de Indias, fueron esparcidos en el río Hudson, a petición suya, que tenía la voluntad de seguir andando y fluyendo en sus cenizas.

Nereo López no sabía estar quieto, y sus imágenes, ya fueran las capturas del 'instante decisivo' que popularizó Cartier Bresson a mediados del siglo XX, o ya el documento testimonial que puso su foco en los trabajadores y territorios más olvidados del país, tampoco lo están.

Este 25 de agosto se cumple el primer lustro de su partida. Nereo integra la generación de creadores colombianos que en este año pandémico celebran un siglo de haber nacido: Cecilia Porras, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Edgar Negret y Manuel Zapata Olivella, su gran amigo.