Tres meses aproximadamente se demoró Alejandro Obregón realizando y supervisando la realización de Se va el caimán, telón de boca del Teatro Amira de la Rosa comisionado por la Sociedad de Mejoras Públicas de Barranquilla y que el pintor entregó para la inauguración del recinto el 25 de junio de 1982.
Este acrílico de 20 metros cuadrados, tensado en bastidor de madera y hierro, fue la última obra pública de Obregón, en la que el pintor recuperó una popular leyenda del Caribe según la cual un hombre se convierte en caimán para espiar y cazar a las mujeres que se bañan en las riberas del Magdalena.
Cuando la ejecutó, Obregón tenía 62 años y vivía en Cartagena. Debía venir con frecuencia a la ciudad —otrora su casa y diez años después el lugar de su sepultura—, para supervisar las labores que él y un grupo de ayudantes llevaban a cabo con base en el diseño y los colores que dispuso.
En el mismo escenario geográfico de la leyenda del caimán, pasó días en su infancia el pintor, cuando veía cómo los hombres mataban los caimanes a machetazos o a tiros, como él también lo hizo.
'Con mi padre salíamos los domingos, río adentro, nos perdíamos por los caños, los manglares, a matar caimanes con un máuser que sonaba como un trueno', dice en un texto citado en Geografías Pictóricas: La exploración del espacio en el paisaje de Alejandro Obregón, de Isabel Cristina Ramírez.
'Era una vida violenta, tremenda', dijo también. 'Todo eso se vuelve pintura después. La pintura es memoria y hay que tener una memoria inconsolable'.