Cuenta la leyenda que colonizadores europeos arribaron a la Depresión Momposina para adueñarse no solo de las tierras de los indios farotos, sino también de sus mujeres.
A los europeos no les bastó con la explotación de piedras preciosas, recursos naturales y demás riquezas que encontraron. Se aprovecharon de la soledad y oscuridad de la noche para violar, maltratar y prostituir a las mujeres que integraban la comunidad indígena de Talaigua Nuevo, Bolívar.
Impotentes y con hambre de venganza al saber lo que les ocurría a sus mujeres cuando ellos partían a la caza, pesca y actividades nocturnas, un día esperaron la llegada de los colonizadores. Esta vez para hacer valer el honor y dignidad de las que más sufrían.
Se armaron con los ropajes de las mujeres. Su principal escudo, una gola (pechera) brillante; en la parte inferior, faldas de flores pomposas; a su derecha, una sombrilla; y en el rostro, un maquillaje desprolijo.
Así, aguardaron al arribo de los acechadores para sorprenderlos y defender a su comunidad.
Hoy, este relato se traduce en la representación de la danza Farotas de Talaigua, a través de un grupo de hombres vestidos de mujeres que año tras año se presentan en el Carnaval de Barranquilla.
Es la transmisión oral de este pueblo ribereño lo que ha mantenido viva la tradición, de la mano de Mónica Ospino Dávila, directora de la comparsa desde 2011, y sucesora de su madre Etelvina Dávila Turizo, la talaiguera que lideró la danza por más de dos décadas.