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Margaret Atwood cuenta que cuando se publicó la primera edición de El cuento de la criada, en 1985, en Inglaterra los lectores dijeron que era 'un libro fantástico', pero que lo que allí se contaba no podía suceder fuera de sus páginas.

En Canadá, su país natal, afirmaron que el argumento —la existencia de una República de nombre Gilead que funciona bajo un régimen teocrático, en el que las mujeres son esclavizadas con fines reproductivos— sí podía darse en el 'mundo real'.

En Estados Unidos, país donde se ubica la narración del libro en un futuro distópico, se alternaban dos puntos de vista: 'No sean tontos, eso no se puede', decían unos, mientras que otros aseguraban: 'Eso está pasando ya'.  

Las fuentes

La autora canadiense, cuya prolífica obra —que supera las 60 publicaciones— ha sido traducida a más de cuarenta idiomas, fue una de las invitadas más esperadas del reciente Hay Festival de Cartagena de Indias. Allí concedió charlas, ruedas de prensa y firmó decenas de ejemplares de su obra (la mayoría de El cuento de la criada y de su secuela Los testamentos, publicada en septiembre pasado y ganadora del Premio Booker).

En una rueda de prensa en el Hotel Santa Clara, dijo que, en un tiempo sin computadoras ni internet, escribió su best seller valiéndose de recortes que iba pegando en sus escritos.

Destacó al menos tres fuentes principales de inspiración: la historia de los Estados Unidos en el siglo XVII ('que nunca tuvo una guerra civil religiosa como el resto de Europa'), y su historia más reciente, pues en los 80’s, con un gobierno conservador, en el país norteamericano empezaron a ganar gran importancia los movimientos fundamentalistas.

Una segunda fuente, como puede verse en el epígrafe de El cuento de la criada, es 'la parte de la Biblia que muestra una especie de competencia entre Raquel y Lea', quienes al no poder quedar embarazadas usan a sus esclavas —o 'criadas'— para concebir los hijos que quieren.

Otra de la fuentes sería 'la historia misma del mundo como una distopía, tal como la describe Orwell', escritor británico que narra en su novela 1984 'una situación que no es de otro planeta, sino de éste'.

Justamente eso —que las situaciones narradas en su libro suceden o han sucedido en el mundo— resalta Atwood al recordar que quería que los lectores reconocieran que no se inventó nada: 'Simplemente reuní las cosas en un sitio donde no habían estado', dijo en el Centro de Convenciones de la ciudad.

Tiempo de distopías

En los años 50, en su adolescencia, Atwood leyó ciencia ficción y ciencia ficción especulativa. Aldous Huxley, el mencionado Orwell y Ray Bradbury fueron algunos autores a los que se acercó. Luego, en la carrera de literatura se interesó por la historia, en especial el período victoriano que mostraba utopías en las que todo en el mundo iba a ser mejor. 

Sin embargo, cuenta la autora, 'al inicio del siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial, cada vez se hizo más difícil escribir utopías, la gente creía mucho menos y dejó de escribir sobre un mundo que iba a ser maravilloso; en revistas populares se seguía hablando de eso, pero en las novelas ya no'.

Un efecto similar ocurrió tras la Segunda Guerra: 'Se volvió menos posible creer en estos temas y seguir pensando que Europa era la cima del desarrollo y la cultura'.

En referencia al carácter frágil y engañoso de los mundos utópicos (y a su vínculo inseparable con los distópicos), dijo: 'No debemos olvidar que las grandes dictaduras de esa época se iniciaron como utopías'.

De acuerdo con Atwood, el público que ha seguido tan de cerca la serie de televisión basada en El cuento de la criada (estrenada en 2017 en Hulu), considera que varias de las situaciones que allí se presentan son posibilidades en el mundo actual.

Cuando Donald Trump llegó al poder en EE.UU., en 2016, la serie titulada con el nombre del libro apenas se estaba rodando. La presencia de un presidente abiertamente misógino, responsable de endurecer las políticas migratorias en el país más poderoso del planeta, arrojó un mensaje contundente al mundo —y a los lectores—.

El libro, convertido en referente mundial de las luchas feministas, empezó a leerse más, ahora bajo la luz profética que arrojaban los eventos del presente.

 Además de un símbolo de reivindicación por los derechos, las 'criadas' de gorro blanco y vestido rojo han significado una invitación a leer, escribir y cuestionar la historia oficial. 'Tenemos que recordar la historia, porque la olvidamos y luego solo quedan la estatuas', dice Atwood.

Precisamente, la narradora con que empieza Los testamentos cuenta que le han hecho una estatua. 'Ya estoy petrificada', dice al verse en piedra. Luego sigue su historia.