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Cuando Leyla Cure comenzó a raspar las paredes viejas y cubiertas de moho de su nueva casa, descubrió que cada capa de color escondida la hacía cuestionarse sobre quiénes la habían habitado y qué recuerdos habían podido guardar allí. Detrás del rosa había un verde, un beige, un blanco. La mezcla imperfecta de colores pasados, esa estética de lo antiguo, le gustó tanto que decidió no cambiarlo.

Quizá esa decisión fue la primera de muchas para entender la casa como un cuerpo de imágenes y no como un simple objeto. Para querer restituir la memoria de aquel lugar y no falsearla por el afán de recrear lo vintage. De ahí a que muchos de los objetos de esta casa sean reutilizados y gocen ahora de una segunda vida.