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Mucho antes de que Macondo creciera, cuando las piedras gigantes semejando huevos prehistóricos servían de trampolín a un rio de aguas diáfanas y transparentes, cuando las cosas eran tan nuevas y sencillas que para nombrarlas había que señalarlas con el dedo porque aun carecían de nombre.

Antes de la Matanza en las Bananeras, cuyo trasfondo social en la novela, está por encima de los pescaditos de oro de Aureliano Buendía, o la ascensión al cielo de Remedios La Bella, superando cualquier realidad difuminada por magia o viceversa , ya el embrión metafísico de tu existencia brotaba en un país mágico llamado Macondo, donde la gente se atreve a escribir lo que le cuentan pero con una particularidad: saber contar y agradar con lo que narra, que Dios la eligió como edén literario antes de todos los tiempos y que nosotros llamamos Caribe como el Mar que nos baña.

Mucho antes de todo eso, el detonante mágico de tu creación ya estaba concebido, hoy tiene nombre propio y que digo nombre, mote, sobrenombre, remoquete o cualquier sinónimo más: GABO.

Hace un año partiste en espíritu de esta tu tierra recordada, te fuiste solo y melancólico con el pesar de tu abuelo el Coronel, esperando que alguien le escribiera, te fuiste con tu pluma encantada para narrar en el oriente eterno la paz celestial de los inmortales.

Te fuiste dejando una estela de mariposas amarillas, que al irse el néctar hechicero de sus aleteos metafóricos y creativos, se tornaron negras como el duelo de sus almas, partiste sin partir a un espacio nuevo, solo quedó Macondo con tu olor a guayaba, acariciando tus recuerdos en cada página de tus libros y agradeciéndole a Dios por haberte parido Caribeño.

Hoy quisiera tocar las teclas del piano de cola de Pietro Crespi y brindarte una melodía que remontase hasta los cielos, pronunciar los versos de Neruda y algunos de Becker bien rimados, para que como tú lo dijiste alguna vez: no te sientas olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.

Porque finalmente los hombres como tu cuya estirpe está condenada a sufrir cien años de soledad, no mueren, viven para siempre en el silencioso bullicio del alma enamorada, en cada pétalo de una margarita deshojada, en cada atardecer bajo la sombra de un almendro gigante en el camellón de Aracataca o en el navegable mar de tus libros inmortales.

Gabriel García Márquez, el hombre que una vez en una ciudad fría y melancólica (Estocolmo), hizo sonar todos los ritmos colombianos y llenar de calor a una región congelada hasta los huesos. Gabo gracias por tu legado, por recordarnos que 'la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y como recuerda para contarla'