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La manera como el escritor Óscar Collazos siente el país se puede apreciar en dos facturas. Una es la de sus columnas de opinión, en las que sus visiones sobre la realidad las entrega con una marca crítica, reflexiva o mordaz. La otra está en sus narraciones, en especial en sus últimas novelas. Las historias que nos cuenta se parecen a los hechos que juzga e interpreta en sus columnas.

En Tierra quemada (Mondadori 2013) presenta el relato de tres mujeres (Elvira, Elena y Dolores) que hacen parte de una multitud errante que camina en medio de un conflicto armado hacia una tierra de esperanzas. La geografía es la de un país que se parece mucho a la de Colombia, son las pistas que nos da para sentar las claves de su pensamiento.

La incertidumbre sobre cuál será el destino final de esa multitud es una sensación presente en toda la obra, es la metáfora de un país que parece ir a tientas, pero sobre todo lleno de preguntas sin respuestas. Al final llega la masacre, la barbarie: un repentino ataque desde helicópteros que aparecen como cuerpos fantasmales que sirven por igual al Estado y a sus aliados. Los cadáveres quedan tendidos en el suelo y el polvillo de carbón de una mina cercana los va cubriendo con lentitud, es como el horror cubriendo otro horror.

Hace catorce años, Óscar Collazos llegó a vivir a Cartagena, un lugar donde ha visto cómo ha crecido la pobreza, la exclusión y la desprotección que cuenta en su novela Rencor (2006). 'Quisiera hacer novelas optimistas, pero lo que veo, no solo en esta ciudad, sino en todo el país, es que las cosas no andan bien, y los modelos que se promueven generan injusticias y barbarie. Se dirá que soy pesimista… no es pesimismo, hay que imaginar lo peor para que no suceda', asegura Collazos, con ese tono amable y sentencioso que lo caracteriza.

Con él conversamos sobre su obra Tierra quemada y sus visiones del país, al tiempo que nos revela qué sigue en su vida literaria para los próximos años.

Si vemos su obra, desde la ‘Modelo asesinada’ (1999), que hace referencia al período Samper, y ahora ‘Tierra quemada’, que cubre el periodo Uribe, se podría pensar que es poco el esfuerzo creativo del escritor, porque todo, o casi todo, está también en la realidad.

Para mí fue muy difícil crear la historia. Difícil ocultar el origen de esas fuentes y de esos hechos reales, y en todo momento los quise presentar como si fueran irreales, y que le puedan servir de referente a un lector de un país donde exista una guerra parecida, por eso evité darle nombre a ese territorio. Las situaciones imaginarias en la novela remiten a escenarios, y la novela construye escenarios posibles. Lo que cuenta Tierra quemada puede llegar a suceder. La novela 1984, de George Orwell, fue leída como un hecho imposible. ¿Cómo es posible que se cree un Estado donde el control de los ciudadanos sea tan perfecto que desaparezca la libertad y la privacidad? Hace unos 60 años, cuando se leyó esa historia, se pensó que eso no iba a pasar, pues hace más de 20 años está pasando. La realidad de la guerra que yo conozco es la realidad de Colombia. Lo que quise evitar es que la gente leyera la novela y tratara de ver exactamente cómo se ajustaban la ficción y la realidad. Quise hacer el proceso inverso, construir una ficción desmesurada, irreal, para que la gente tratara de ajustar la realidad actual, y cómo esa realidad, al degradarse, podría llegar a parecerse a lo que la novela cuenta.

La sensación que se percibe en toda la novela es de incertidumbre. ¿Esa es quizá la gran metáfora de ‘Tierra quemada’?

Quise construir esa sensación de incertidumbre desde el comienzo de la marcha, momento en que le quitan a toda la gente los relojes. Se les quita la posibilidad de medir el paso del tiempo, y tienen que hacer una medida artesanal del tiempo. Luego se les quita la medida del espacio, porque pareciera que están marchando en círculos. Es una manera de someterlos y tenerlos a voluntad de quienes los conducen, pero resulta que esa pandilla armada que se llama La empresa, es guiada por helicópteros artillados. ¿Qué representan esos helicópteros? ¿Qué representan esos aviones que pasan? Desmienten la idea de que la guerra ha terminado, y ellos son los últimos refugiados de esa guerra. Les hacen creer que en ese territorio hay marchas iguales a las de ellos, que van hacia la tierra prometida, que es el final de la guerra.

¿Cree que toda esa incertidumbre podría ser frustrante, porque en vez hallar claridades, aquí ocurre todo lo contrario?

Si yo asumiera que mi condición de escritor es ser el faro en medio de la oscuridad haría muy mal. Sería reconocido como una buena persona y un mal escritor. Las señales que nos da el mundo no son esperanzadoras. No tengo información suficiente para pensar que las cosas van a ser mejor. Como novelista y escritor, eso es lo único que a mí me importa. Ahora, hay algo esperanzador en la novela, y es que hay un grupo de personas que se resisten con la imaginación para sobrevivir a ese horror. Es un grupo lleno de inválidos. Una mujer que se está quedando ciega, un ser que se quedó sin piernas por una mina quiebrapatas; hay una prostituta que no tiene escrúpulos en acostarse con toda la tropa para conseguir comida para su hija; hay dos sobrevivientes afro que van dando vueltas porque lo único que quieren es estar lejos del sitio donde conocieron el horror, que es un referente claro al ataque a Bojayá, y una noche desaparecen. Porque todo aquello que no puede moverse por sí mismo es eliminado, hay una alegoría al nazismo y lo que han sido las políticas totalitarias.

La presencia de las mujeres en sus novelas se refuerza en ‘Tierra quemada’, también están en ‘Rencor’ (2006), y en ‘Señor Sombra’ (2009), en la que una fiscal guía la historia.

Me han preguntado por qué esa predilección por personajes femeninos, y lo digo con toda sinceridad, no soy consciente de elegir una mujer como protagonista, el único que me podría resolver esa pregunta es un sicoanalista. Solo podría decir que soy fiel a mis obsesiones, pero no tengo claro su origen. Quizá debe ser porque en el fondo creo que la condición de la mujer en situaciones como la guerra hacen que sea doblemente víctima. Frente al hombre, la mujer está en condiciones de tener un punto de lucidez mucho más alto. Ellos están haciendo la guerra, y las mujeres la sufren y han necesitado un punto de lucidez para sobrevivir. Creo que la sutileza en la percepción de la realidad es mucho más aguda en las mujeres que en los hombres. Nosotros tenemos elementos de distracción, si no es así en la realidad, he querido que así sea en la ficción.

Muchos de los temas que trata en la novela, como la tenencia de la tierra, el monocultivo de la palma, los puertos de carbón, han sido temas de sus columnas de opinión, ¿cómo cuidó que sus ideas de columnista no se filtraran en sus personajes?

Es un cuidado que he tenido que asumir desde hace muchos años, no contaminar a mis personajes con mis juicios como periodista de opinión. Tengo un recurso, y es elegir a alguien que sea mi álter ego, a través del cual opinas. En Tierra quemada es Martín Alonso, que al final se revela como periodista. Cuando ya está seguro de haber creado un círculo de lealtad, confianza y amistad. Dice que andaba buscando unas fosas comunes pero su guía se le perdió. Ese personaje hace una descripción apocalíptica del futuro. Ese que está allí es el columnista. Ciertas novelas mías no se hubieran escrito si no hubiera estado de por medio el columnista, que está obligado a buscar información y a profundizar en los acontecimientos más revulsivos de la realidad.

¿Hizo entonces algún tipo de investigación para ‘Tierra quemada’, o hubo referentes de la realidad que le fueron dictando la historia?

Ya estaba hecha, porque tenía una investigación de miedo para Señor Sombra, que es una novela abiertamente sobre el paramilitarismo. Allí la investigación fue exhaustiva. Detrás de Rencor hubo una investigación sobre el desplazamiento. La investigación la he venido haciendo durante estos últimos 20 años. Para esta novela no la requería, me habría estorbado. Lo que necesitaba era servirme de los hechos reales para transformarlos en situaciones imaginarias.

Si hablamos un poco de las esperanzas que entrega en la novela, muy sutiles, como el asombro ante un arcoíris, o la búsqueda de agua limpia en un pozo que al final es solo suciedad y fetidez, ¿qué esperanzas destacaría que también pudiéramos hallar en la realidad?

La solidaridad que se crea entre las víctimas y también dentro de los verdugos, que toman conciencia y ofrecen protección a sus rehenes. El mayor de los optimismos es que se cree un tejido de solidaridad, no solo para salvarse sino para contar la historia. Eso hace que la novela no sea enteramente pesimista, la historia la cuentan los que sobrevivieron. De la mitad de la novela hacia adelante se está viendo una frontera a la que podrían llegar, hay una sierra, no se sabe si allí empieza otro país, pero es el horizonte, es la esperanza en la que todos están pensando.

¿Qué novela tiene ahora en la cabeza?, ¿continúa con un nuevo escenario que conecte con el país que imagina?

Realmente no lo sé. Cuando termino una novela que me conmueve, porque lo que escribo me conmueve, pienso que debería escribir una historia feliz, de amor, que tenga una carga de optimismo. De lo que sí estoy seguro es de que cerré un ciclo de tres novelas que empezó con Rencor, siguió con Señor Sombra y finaliza con Tierra quemada. Las dos primeras novelas realistas, y esta última alegórica. ¿Qué puede venir después? No lo sé.

En estos días estuve leyendo un libro de ensayos de Jonathan Franzen, autor de esa novela maravillosa Libertad, y Franzen dice 'me preguntan mucho qué autores han influido en su trabajo, y uno saca una enorme erudición, pero uno nunca dice que tuvo influencia de sus propios libros'.

Tierra quemada tiene una enorme influencia de Rencor, y de Señor Sombra, de ahí se desprende. Si me pongo en un plano literario más crítico, pero sobre todo sincero, tengo que decir que tuve presente a J. M. Coetzee, de En medio de ninguna parte, al igual que Desgracia, La carretera y La oscuridad exterior, de Cormac McCarthy. Estamos viviendo una época donde se nos hace creer que el mundo se embarcó en una locomotora que nos conduce a la felicidad, yo creo que es todo lo contrario, ni siquiera sé si tendremos la posibilidad de detener ese tren cuando estemos al final del abismo.

Consideraciones sobre su estilo

'La realidad parece haberse convertido en una innegable provocación para los narradores colombianos. Unos, como García Márquez, tienden a hacerla mito; otros, como Óscar Collazos, a desmitificarla'.

Mario Benedetti

'Collazos trata de captar lo propiamente histórico de una engañosa mitología nacional, desmitificando la historia oficial de Colombia'. Jacques Gilard

Óscar Collazos nació en Bahía Solano, Chocó, en 1942. En 1964 fue asesor del Teatro Estudio de Cali. En 1966 apareció el primero de sus cinco libros de cuentos. En 1969, siendo director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, en Cuba, adelantó un debate escrito con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa sobre la relación entre escritura y compromiso político. Desde entonces inició una larga estadía en Europa, dedicado a la novela, el ensayo y el periodismo. En 1989 regresó a Colombia; actualmente vive en Cartagena.

Fuertemente vinculado con la tradición literaria, incorpora técnicas de narrativa contemporánea, como el fluir de la conciencia. Muestra la intimidad de sus protagonistas, pensamientos, sensaciones, sentimientos. Sus cuentos son de filiación realista y entornos urbanos.