Petra Cotes soy yo. Y soy la brasa de la pasión. ¿No me cree? Pregunte por mí a Aureliano Segundo. No le indague a Fernanda del Carpio, porque le va a decir que soy una hambrienta come-hombres. Y lo dice con su sal y su pimienta: lo que ella habla es desquite; y quien habla por desquite, nunca dice la verdad. Sí, que nadie lo dude, quiere humillarme.
Y lo quiere porque me cree culpable de todos los desbarajustes que comete Aureliano Segundo. Él inventa sus loqueras y yo le sigo la corriente. No puedo, aunque quiera, decirle que no. Y cuando uno está enamorada, encabronada o tragada, como ahora dicen, solo vive para darse gusto y darle gusto a su hombre. Lo demás es película.
Ahora bien, ¿qué culpa tengo yo que Fernanda no funcione en la cama con Aureliano Segundo? Ni él ni yo tenemos la culpa. Culpa la de ella que nació con frialdad o con poca hambre en la matriz. El destino me puso a Aureliano Segundo y yo lo llevé de la mano, le quité la soledad de encima y lo puse a saborear el verdadero placer de hembra. Fui su maestra y las clases se las dicté con todo el fogaje que despedía mi cuerpo. Él aprendió rápido y se quedó con mi gustadera.
Quiero aclarar, para molestarlos más, que yo no le dije que me coronara Reina de Madagascar, ni que me adornara o vistiera con ropa de lujo de su mujer, pues todos esos parapetos ni me quitaban ni me ponían. Además, a mí las reinas me hacen los mandados. Yo me conformaba con ese milagro de multiplicar los partos de los animales y poner a fertilizar todas las cosas del mundo. Inclusive, le digo por él, que era un hombre que en la cama parecía dos hombres.