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Algunos estudiosos de la vida del compositor José Barros le endilgan el apelativo de andariego por sus continuas itinerancias por diversas ciudades y países. En la práctica recorrió media Colombia, Perú, México y Argentina buscando promover sus canciones ante públicos, emisoras y disqueras. No siempre le fue bien en esas aventuras, pero su carácter recio, de hombre organizado en torno a una idea vital lo sacaba adelante: un compositor con un gigantesco talento que hacía posible que pudiera adaptarse a diversos ambientes y aires musicales, desde porros, paseos, cumbias, pasillos, bambucos y hasta tangos. Esa versatilidad, esa facilidad de creación lo convertirían en hombre fundamental dentro del engranaje de la industria discográfica nacional.

Como no tomaba –y mucho menos parrandeaba–, tenía un especial sentido de observación y fijación en cuáles eran las características de funcionamiento de esta industria que justo en su despegue y desarrollo coincide con el periplo vital de Barros. Casi podría argumentarse que encajan la una con la otra igual a piezas de un rompecabezas en la consolidación de un mercado nacional de las disqueras apelando, más allá de los hábitos europeístas de mazurcas, valses y polkas de inicio de siglo XX, a un ‘espíritu’ colombiano en letras y músicas, una especie de espejo de los cambios culturales evidentes con una percepción primigenia de las bases de la construcción de una música propia colombiana.

Barros estuvo, junto a muchos otros, en esos procesos. Un vasto tejido industrial cultural que incluía emisoras, vendedores de equipos radiales, fonográficas y sus redes de distribución, creando empleos y oficios especializados en donde el talento de un compositor valía mucho, pues era piedra fundacional de orquestas, cantantes y por supuesto de todo el complejo sistema de producción de las disqueras. En ese sentido es preciso mostrar ejemplos puntuales que presenten a José Barros como un protagonista dentro de todos esos engranajes industriales.

La etapa con Discos Fuentes

El sistema Fuentes empezó con un laboratorio de productos farmacéuticos, a los que se le agregarían una emisora con su orquesta y después la empresa disquera. Los discos se grababan en los estudios de la emisora y se enviaban para sus correspondientes cortes y confección industrial a Estados Unidos. Después Fuentes compraría sus propios equipos, a los que empezó a sacarles el máximo lucro grabando de forma permanente, para lo que se ideó un sistema de músicos de ‘planta’ con una serie de agrupaciones, entre ellos el famoso grupo Los Trovadores de Barú (que eran también, según el antropólogo inglés Peter Wade, la orquesta Los Piratas de Bocachica), en donde descollaba el talento de Barros como cantante y compositor.

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El edificio ‘Buitrago’, en Barranquilla, donde funcionó el almacén de discos de Barros y una y empresa fonográfica. El edificio está situado en la calle San Juan con carrera La Paz. Esa esquina la hizo famosa el compositor en la canción ‘El patuleco’, versión de la Sonora Curro.

Aunque es difícil ofrecer fechas precisas, parece que la vinculación del banqueño a esta empresa sucedió a inicios de los años 40, secundado dentro de Los Trovadores, por un excepcional arreglista momposino, Juancho Esquivel, hombre de confianza de Fuentes en la dirección artística del sello, que entonces tenía como una de las joyas de la corona a Guillermo Buitrago y sus Muchachos. Según el filósofo Enrique Muñoz, Los Trovadores de Barú lo integraban Gil Cantillo en la guitarra; Fernando Porto en la percusión; Remberto Bru como cantante y guacharaquero; Carlos ‘el Fulo’ Gómez cantando y en la percusión menor; Remberto ‘el Pollo’ Sotomayor en la trompeta; José María Crizón en el bajo y José Barros en la guitarra y voz. Esta orquesta, en el marco de grabaciones y conciertos en el radio teatro de Emisoras Fuentes, eventualmente realizaba algunas fusiones con el Trío Nacional, dirigido por el guitarrista Sebastián Herrera, en donde participaban, entre otros, el cantante Tito Cortés.

Pero Barros no se adaptó a las aviesas jugadas financieras de Antonio Fuentes, según cuenta la escritora Luz Marina Jaramillo en un libro sobre Barros y sus obras: «Pero la relación económica de José Barros con la empresa Fuentes, al igual que la de los demás músicos, no era buena. Las regalías por discos vendidos eran sumamente bajas, en esos años cuatro centavos por cara. En ese sentido tuvieron más de un altercado». Durante su estadía en Fuentes, Barros logró imponer una serie de canciones que le dieron notoriedad nacional e internacional como El vaquero, Momposina, El chupaflor y Navidad negra, entre otras. Por cierto que el estreno en 1960 del nuevo sistema de grabación estereofónico de esa compañía disquera fue precisamente con la versión de Navidad negra con una orquesta ‘de planta’, la de Pedro Laza y sus Pelayeros, conformada por una serie de excelentes músicos que también trabajaban en los otros ‘productos’ sonoros de esa empresa fonográfica.

En Cartagena también le graba canciones la Orquesta del Caribe, dirigida por Lucho Bermúdez, para una curiosa disquera llamada Discos Preludio. Pero pese a estos ‘éxitos’, Barros no se sentía conforme, así que sale de Cartagena buscando otros horizontes sonoros hasta recabar en Bogotá.

Con RCA Victor

La empresa norteamericana RCA Victor desarrolló una vasta red internacional con almacenes vendedores de fonógrafos y aparatos radiales, emisoras y empresas disqueras. (En Barranquilla la concesión del almacén y el manejo de la emisora lo tenía el venezolano Emigdio Velasco, desde su Foto Velasco. Posteriormente funda la fonográfica Eva). El gerente de esta empresa era Jack Glottman, quien armaría su propia cadena nacional de almacén de electrodomésticos con el nombre J. Glottman y el lema: «Nuestra firma respalda su compra». Pues bien, Glottman, al conocer la llegada a Bogotá de José Barros lo felicita porque tenía 1.200 dólares de regalías producto de la composición de dos tangos.

Es menester señalar que Barros entregaba composiciones suyas de estos géneros a representantes de empresas disqueras en el exterior cuando andaba en sus correrías, entre ellas a la RCA Victor en Perú, para que estos las incluyesen en el repertorio de sus artistas. Uno de estos tangos, según Enrique Muñoz, fue el célebre Cantinero sirva trago. Para el investigador Jairo Solano, Barros «fue un verdadero trotamundos que recorrió con su guitarra terciada todos los países de América, especialmente en los que descollaban la industria fonográfica; después de trasegar en Medellín y Bogotá, viajó a Perú y Argentina en la década del 40, donde grabó dos temas con la RCA Victor…El tema Carnaval fue grabado inicialmente en discos Odeón, de Buenos Aires, en 1947 por el dúo colombiano conformado por el antioqueño Marfil (Jorge Monsalve) y Paredes».

A esos sucesos discográficos se refería Glottman, que a su vez le pidió a Barros, en su afán de ampliar el mercado de la RCA en Colombia, que compusiera música ‘tropical’ como porros y cumbias. Barros confesaría en entrevistas que «yo no sabía hacer cumbias, porros, paseos ni ninguna de esas vainas, pues eran consideradas música vulgar, pero luego serían mi trampolín a la fama». Así que ni corto ni perezoso recordó un episodio pintoresco con un gallo en su tierra, y compuso El gallo tuerto, interpretado por la orquesta de Milciades Garavito con un ritmo que, antes que porro o paseo, recuerda a una especie de danzón o danzonete acelerado, a un bambuco fiestero que logró rápidamente convertirse en notable éxito propiciando que Barros asumiera, con el beneplácito de la disquera, componer otros temas como Las pilanderas. Este fue grabado por la orquesta de Eduardo Armani en Buenos Aires con un ligero acento cubano en los arreglos, un sonido ‘internacional’ que también asimilaría Lucho Bermúdez y que mostraría los senderos del posible segmento del mercado que les interesaba a las disqueras en su afán de expansión, usando aires tradicionales colombianos pero a la usanza de los arreglos en boga en el mundo del disco internacional.

En Medellín

En los años cincuenta empieza a perfilarse dentro de los gustos nacionales la música del departamento del Magdalena Grande, de donde era oriundo Barros. Este compone paseos y merengues, de lo que hoy en día se llaman vallenatos, entregándolos a agrupaciones como Bovea y sus vallenatos. Varias de estas canciones se las grabaría a mediados de los cincuenta el cantante barranquillero Nelson Pinedo durante su periodo como cantante de la Sonora Matancera. Entre ellas El vaquero, Momposina y La pasas delirando, entre otras.

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En Medellín, ciudad que concentró el grueso de la industria disquera colombiana, es donde le graban su más grande éxito, La piragua. Sucedió en la empresa Sonolux. Alonso Fernández Ochoa, director fundador de la agrupación Los Black Stars, intérpretes de esta canción, recuerda el episodio: «El cassette en el cual recibimos la muestra de La piragua fue enviado directamente por el maestro Barros a los directores artísticos de la disquera Sonolux (Hernán Restrepo y Hugo Hernández), quienes se la encomendaron al suscrito de inmediato para que concretara la parte musical con Luis Carlos Montoya, quien me cobró $200 por el arreglo. La grabamos al día siguiente». José Barros confesaría lo siguiente: «Unos amigos vallenatos grabaron La piragua. Cuando Hernán Restrepo, de Sonolux, oyó la canción dijo: ‘¡Esto es un hit mundial!’ Salió La piragua y causó un gran impacto nacional e internacional».

Por supuesto que Barros se convirtió para esa disquera de Medellín, y para otras, en codiciado artículo de los proyectos de sus repertorios.

En Barranquilla

Una parte importante de la industria disquera nacional se encontraba afincada en Barranquilla. Entre ellas Discos Tropical, de Emilio Fortou, adonde acudiría Barros llevando las partituras de su canción La piragua. Barros contaría el episodio muchas veces: «Cierta fabrica de discos (Tropical) me pidió que le hiciera un par de canciones para concursar internacionalmente. Le dije al director artístico que le recomendaba La piragua. Al mes fui a visitarlo y me salió con el cuento de que no servía pues tenía una letra muy poética».

En esa misma ciudad, varias agrupaciones, entre ellas la Emisora Atlántico Jazz Band, le graban varios temas. Las otras disqueras de la ciudad solicitan también sus servicios. Barros decide sentar sus reales y monta un almacén de discos en la calle San Juan, en toda la esquina con la carrera La Paz, en los bajos del edificio Buitrago. Allí, en el tercer piso se encontraban los estudios de un sello disquero con el mismo nombre del edificio. Cerca quedaban otros estudios de emisoras y radioteatros. En esa esquina es donde sucede el famoso episodio del patuleco que pasaba tragando ron y comiendo, canción compuesta por Barros e interpretada por la Sonora Curro.

Pero Barros no solo pretendió distribuir discos –uno de los flancos débiles del circuito de la industria disquera colombiana–, sino que impulsó la creación de un sello disquero propio, discos Jobar, que le permitiría mayores márgenes de libertad creativa y de ganancias. Esa aventura comercial podía emprenderla en Barranquilla, donde existían otras empresas en similares circunstancias económicas, algo por demás imposible en Medellín, en donde esta industria tenía un notable músculo financiero industrial. Sin embargo, el proyecto de la disquera de Barros carecía de infraestructura operativa y económica –para contratar artistas y agrupaciones de planta de forma permanente– y eso limitó, en la ardorosa competencia fonográfica barranquillera, sus posibilidades de supervivencia. Fue en este periodo en esa ciudad que nació su hijo el trombonista Alberto Barros y sus hermanos.

Y de las regalías, ¿que?

Una de las hijas de Barros, Katyuska, señala que su padre tenía buenas relaciones con las disqueras. Pero ahora es diferente: «Hay unas que nos cumplen y otras no. El dinero entra a cuentagotas, pese a la fama de compositor de mi papá. Antes te podían girar 7.000 dólares. Ahora no, y menos en la crisis general de las disqueras que actúan a través de las editoras musicales».

Katyuska Barros, hija del compositor fue coordinadora de Sayco, Atlántico.

Katyuska recuerda, a propósito de estos episodios, que su padre fue uno de los miembros fundadores de Sayco (Sociedad de Autores y Compositores de Colombia), organismo encargado del bienestar y recaudo de las interpretaciones de sus afiliados, aunque aclara que «es por la interpretación pública, pues las regalías las pagan las disqueras a través de las editoras musicales».

En medio de todos esos procesos de pagos de regalías y de las interpretaciones públicas, Katyuska dice que con cierta cotidianidad anual ve cómo grupos de jazz y agrupaciones de sonido tropical en todo el mundo graban la música de su padre, algunas de ellas calificadas de 'bellísimas', pero que tal suceso no se ve representado en las liquidaciones anuales que deben entregarles a los herederos del compositor banqueño. Ironías de la vida que un hombre como Barros, tan ducho en la incorporación a estos circuitos industriales culturales y que llegó a formar una asociación de defensa de los intereses de los compositores le sucedan, tras su partida terrenal, estos hechos. Un hombre con un patrimonio musical que debe costar una verdadera millonada recibiendo solo migajas por el formidable producto de su ingenio. Me parece ver al compositor, condolido de sí mismo, triste de alma, sentado en su mecedora empuñando su guitarra viendo el rumoroso paso del río Magdalena, cantando en tono melancólico: 'Qué me dejó tu amor que no fueran pesares, mi vida se pregunta, y el corazón responde: pesares, pesares'…