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Dicen que los muertos de Bahía Rada, corregimiento de Moñitos, Córdoba, son los más ‘salados’ del mundo, porque después de sepultados se ahogaron y se los llevó el mar Caribe.

Esperanza Guerrero Padilla no tiene dónde llevarles flores y encenderles velas cada 2 de noviembre, cuando se conmemora en el mundo el Día de los Fieles Difuntos, a su abuelo Eligio Barrios, quien murió en 1977; a su bisabuela, Nicolasa De Arco, quien había fallecido dos años antes, y a su hijo Antonio Rodríguez, a quien perdió hace 23 años.

'Hace tres años alcancé a ver el último resto de mi abuelo, cuando el mar se lo llevaba. Es duro cada vez que llegan esas fechas en las que por tradición uno le reza y le lleva flores a sus muertos, en el cementerio no hay nada porque todo se lo llevó el mar', narra Esperanza frente al pedazo de tumba de concreto que las violentas olas destrozaron a medida que pasaron los años, sin que ninguna autoridad hiciera nada por salvar los cadáveres de Bahía Rada.

Doña Esperanza se limita a hacerles una oración en su casa, 'pedirle a Dios que los tenga en el cielo', y asumir las consecuencias de la erosión marina que cada vez es más acelerada.

Cristóbal Matute, nativo de Bahía Rada, explica que la erosión empezó hace unos 20 años. Entonces los dueños de los muertos tocaron las puertas de los gobiernos local y seccional para enfrentar el fenómeno natural y mudar el cementerio, pero nadie les prestó atención y desafortunadamente los difuntos ‘naufragaron’.

En este corregimiento, espléndido y poco explotado turísticamente, casi todas las bóvedas fueron ‘tragadas’ por el mar, y en las pocas que quedan alcanza a observarse alguna osamenta, que se desintegra con el salitre y ‘pelea’ contra el oleaje como si los finados opusieran resistencia para no irse de Bahía Rada.

'De unas 80 personas que fueron sepultadas allí solamente quedan los restos de seis', asegura Matute, a quien el mar también desplazó y le tocó cederle la casa donde vivía con su abuela Candelaria Padilla y con su esposa Rubiela Correa. Hace pocos meses construyó una nueva vivienda en un lugar más seguro.

En el antiguo cementerio de Bahía Rada nadie se atreve a sepultar a sus seres queridos. La última en ser llevada allí, hace 20 años, fue Ángela Zúñiga, nativa y recordada por sus paisanos.

Ahora están enterrando en un nuevo lote, lejos del mar, producto de una donación que hizo el ciudadano Calixto Correa, en la vía principal del corregimiento.