En ese adormecimiento se aceptan cotidianamente comportamientos o actitudes que en otro contexto fueran reprobables, y que pueden ir desde el no respetar el puesto en una fila hasta ofrecer una coima para eludir una infracción de tránsito.
Como es lógico, se han encendido alarmas de todo tipo en el sector educativo, pero en general el alcance posible de la herramienta abarca muchos frentes. Parafraseando a Eco, algunas voces apocalípticas piden prohibir su uso en determinados espacios, y otros más integrados hablan de aprender a sacarle provecho como a cualquier otra herramienta. En todos los casos el dilema, humilde opinión, es ético.
Con la esperanza entonces de fomentar el debate, es menester ver con buenos ojos las iniciativas de varios jóvenes activistas, encaminadas todas a presentar sus nombres como opciones a marcar en el tarjetón. Bien sea por firmas o por selecciones internas en sus movimientos, el que veamos caras nuevas acompañadas de ideas sustentadas en datos y un discurso que se aparte del hegemónico inoculado hace décadas es refrescante y democráticamente necesario.
Lo peor es que ese relato junto al recuerdo de La Mejor Esquina es apenas una más de las cientos, quizá miles, de historias espantosas que se han vivido en nuestro país desde mediados del siglo pasado; y que se acrecentaron en horror con el apogeo del miserable y atroz narcotráfico, mismo que permeó y corrompió nuestra alma nacional hasta hacerla descender más allá de lo que escribió Dante para el séptimo círculo de su infierno. Por allí cerca andamos todavía.