Al enterarme del caso del estudiante que murió por suicidio en la Universidad del Atlántico la semana pasada, se me vino a la mente la frase que Zygmunt Bauman escribió en su libro Modernidad y Holocausto (1989): "Cuando algo no es responsabilidad de nadie,
M responsabilidad de todos". Desde mi praxis pedagógica me pregunto: ¿Cómo estamos asumiendo nuestra responsabilidad como comunidad ante estos casos?
Después de escuchar educadores expresar desatinos a propósito de la noticia, una entrevista de radio en una emisora local con una sicóloga que no logró acordarse del nombre del muchacho, y una carta escueta publicada por los directivos de la Universidad, concluyo que podríamos estar más comprometidos.
Aclaro que aunque las afectaciones de salud mental deben ser tratadas únicamente por profesionales de la salud, esto no nos exime de nuestra responsabilidad social. Por lo que propongo que consideremos inicialmente
tres responsabilidades básicas. La primera está dirigida para cualquier persona en general, la segunda, específicamente para profesores y la tercera, para estudiantes.
1. Ejercer la prudencia: siempre he sido partidaria de que cuando se ignora un tema y no se tiene el deseo de educarse sobre el mismo, lo mejor es callar. Sin embargo, y quizás estarán de acuerdo conmigo, es común escuchar personas que relacionan las crisis de salud mental con términos despectivos como cristal, debilidad, falta de voluntad, entre otros. Ejercer la prudencia implicaría entonces mantener los comentarios arbitrarios sobre salud mental para sí y en caso tal una persona necesitara expresarlos, lo menos que se puede hacer es un rápido escaneo a su alrededor para asegurarse que una opinión sin fundamento no quede al alcance de oídos tiernos e influenciables.
2. Indagar sobre el estado emocional de nuestros estudiantes: como profes aprendemos a conocer los comportamientos usuales e inusuales de nuestros estudiantes por consiguiente, se convierte en nuestra responsabilidad interesarnos por ellos sin extralimitarnos. En mi experiencia, educarse sobre primeros auxilios sicológicos que incluyen preguntarle a un estudiante cómo está, conversar con sus compañeros sobre alguna conducta fuera de lo normal, y tener claros los apoyos institucionales y gubernamentales para guiarlos adecuadamente, puede hacer toda la diferencia y sí, a riesgo de sonar sensacionalista, puede salvar una vida.
3. Preocuparse por los compañeros y compañeras: la transición entre niveles educativos ya es lo bastante difícil como para encima tener que transitarlo solo. Querido estudiante universitario, apelo a tu humanismo y te pido que acojas como responsabilidad conocer y conectar con tus pares, ser amable con ellos, estar pendiente de quien queda sin grupo de estudio para unirlo al tuyo, invitar a tu mesa de almuerzo a aquellos que se sientan solos, y mantener informados a familiares y profesores de conductas sospechosas o dañinas.
Para concluir, quiero reiterar que como sociedad podemos hacer más: informarnos más, preocuparnos más, actuar más. Aunque es lamentable y probable que casos como el de Julián sigan ocurriendo, confío en que si tejemos juntos una red de apoyo, los podremos minimizar.